No me cogió el teléfono a la primera, y en cuanto pudo me
devolvió la llamada. Y, como en la copla de Sabina nos dieron… Las horas del
reloj cuando se habla con Barbeito, que es de quien se trata, corren más que otras veces. Al menos, a mí me
lo parece.
Hablamos de lo divino y de lo humano y se interesó, como
hace siempre, por mis cosas y hablamos de campo, de nubes y de cielos, de
pinares en primavera, y de olivos, y de ríos que nacen en tierras lejanas y
pincelan de colores las piedras.
Y me dijo que por qué no nos íbamos juntos a La Toscana y
hablamos de viñedos y de campiñas y de cipreses en las colinas y de carreteras,
‘algunas, son como una guita en el bolsillo’, me dijo. Y le dije que sí, pero que
cuando uno se queda delante de las puertas del Baptisterio de la catedral de
Florencia… entonces, amigo mío, entonces sí que se para todo.
Y me contó del paisaje, del suyo, del paisaje de su Aljarafe
que lleva a sus artículos y del cielo: "porque hay cielos por los que merece la pena creer... en el cielo", y de la marisma y de los toros de Morante
y de cómo torean algunos maestros: Finito, Padilla, o José Antonio cuando están
a gusto con el becerro y con ellos mismos.
Y hablamos de libros y de otros viajes. “Llevas el mapa de
España en la cabeza, - me lanzó. Me has dicho setenta kilómetros y según pone
aquí son sesenta y ocho” -. Y uno sonríe y agradece y entonces piensa que por
lo de anoche y por lo de otras noches, que sí, que es verdad, que existen los
Reyes Magos, aunque para disimular, se hayan cambiado de nombre…
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