Cae la tarde. El sol dice que ya está bien por hoy. Se ha
echado a la calle el biznaguero. Lleva una flor que no es flor. No vende ni
violetas imperiales, ni nardos apoyados en la cadera, ni va, ni viene por la
calle de Alcalá ni por otras calles de otros sitios. No.
El hombre lleva en su mano una penca de chumba. Limpia de
espinas y un poco encorvada. Ha pinchado los palillos largos de la biznaga; en extremo ensartados con primor un puñado de
jazmines…
Dicen que los jazmines – los primeros, claro – vinieron por
el mar azul de Ulises que tenían por suyo las naves fenicias que llegaban desde
el otro extremo. Se habían criado tierra adentro, donde las mil y más de mil, y
de muchas noches amparaban los ojos negros y profundos y jugaban con el
misterio y el embrujo de eso que llamamos amor.
El biznaguero es esencia de Málaga. Es otra esencia.
Como era esencia el cenachero que vendía
el pescado del copo sacado al rebalaje y pregonado por la calles. Como eran
esencias aquellos que vendían plátanos y caracolas y toritos con banderillas de
plástico junto a la verja de la estación cuando éramos niños y veníamos a tomar
el mixto que nos devolvía al pueblo.
El biznaguero, el que ha puesto en la foto mi amigo Felipe,
tiene superada la media edad. Viste un pantalón negro, zapatos negros y una
camisa blanca. Se complementa con un
chaleco. Lleva apretada la cintura con una faja
roja de general porque el biznaguero es un general, el mejor general, el
único general del perfume en las tardes y en las noches de verano. Y, además,
vende una flor, la única flor que no es una flor: la biznaga.
No hay comentarios:
Publicar un comentario