Rafael era muy trabajador. Le ‘metía’ manos a todo. En
verano vendía helado que pregonaba por el campo. Su voz de barítono de pueblo
corría por los caminos cuando Rafael y su borrico, que era su medio de
transporte, aún venían lejos.
-
“¡Hay helado muy rico!- ¡Al rico helado¡ ¡Qué
rico es! – y apostillaba – que lo hace Margarita y lo vende Rafael! ¡Al rico helado!
En invierno compraba la ‘cáscara de la naranja amarga’; iba
a Coín por fruta o vendía castañas de la Serranía; otras veces, eran peros de
Ronda o lo que el tiempo tuviese a bien que se terciara: boniatos de Nerja,
ajos de Alhurín o papas nuevas de la Costa…
Rafael tenía la boca ligera. Ligerísima. De tejas arriba, no
dejaba títere con cabeza. Todo aquello se agudizaba cuando, en la puerta de la
casa, aparejaba cada mañana el borrico. El animal al sentir el aprieto de la
cincha, fingía hincharse y se movía constantemente.
La señora del nuevo secretario municipal, vecina de casa
contigua, era pía, de velo de blondas negras, misal y comunión diaria. Lo
denunció ante el párroco por ‘blasfemo y escandalizador de niños”.
El párroco lo llamó al orden y lo amenazó con penas mayores.
Rafael, una mañana con enorme impotencia, ente dientes, mientras apretaba la
cincha del burro que no se estaba quieto ‘dialogaba’:
-
“No te aproveches, no te aproveches…”
Las elecciones del domingo han dejado el patio… Hay un
pasteleo que asombra. Algunos no dicen más tonterías porque no entrena; otros,
como pataletes en el nuevo nido, tienen el pico abierto. Esperan llenar el
buche y si es posible prontito.
Hay quienes, entre dientes, musitan el mismo estribillo de
Rafael con el burro porque eso sí, ahora se impone diálogo, mucho diálogo…
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