Ya están los viñedos llenos de pámpanos y el campo agostado.
Su pueblo no llega a los mil habitantes. Está encamado en la llanura y deja que
pasen las horas largas de la siesta. Aprieta la calor. El silencio solo lo
rompe el canto de las chicharras y el zumbido de algunos insectos perdidos por
estos campos de soledad.
De este hombre dice una placa colocada en la fachada de la
casa donde nació que fue Vizconde
Banderas, Conde de Luchana, Duque de la Victoria, de Morella, Grande de España,
Capitán General, Ministro de Guerra, Presidente del Gobierno, Regente del
Reino, Príncipe de Vergara, Gran Cruz de Isabel la Católica, San Hemegildo,
Carlos III, San Fernando, Toisón de Oro, Gran Cruz de la Legión de Honor, de la
Orden del Baño, de la Torre y Espada, de la Orden de la Encina, de San Juan de
Jerusalén...
Liberal de Cádiz, es decir, de los buenos de los buenos,
ejerció en el liberalismo toda su vida que estuvo llena de luces y sombras. Normal.
Era humano. Apostó por la relación con Inglaterra. Fue amigo personal del embajador.
Sus enemigos no se lo perdonaron. Un día apareció una pintada: “aquí vive el
Regente; quien manda, vive en la casa de enfrente”.
El hispanista canadiense Adrián Schubert dice que España se
ha permitido el lujo de olvidarlo. No es ninguna novedad. Era de pequeña
estatura, moreno y sobrado de atributos (él y su caballo). Granátula de Calatrava
que es donde nació, también ha puesto en la placa: “No quiso ser rey de España…”
Ese ‘bicho’ raro se llamó Bartolomé Espartero.
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