domingo, 31 de mayo de 2015

Una hoja suelta del cuaderno de bitácora. La tormenta

Mayo se despide con intento de tronada vespertina. A media tarde se formó la nube de Alcalá entre la Sierra de Abdalajís por un lado; la Joya y Los Nogales, al otro. Por Sierra de Aguas caminaba una cuerda de nubes algodonosas y blancas como si fuesen terrones de azúcar grandes para los niños que apuran la feria de Antequera.

El Hacho se coronó con nubes de color de caldo de habas. Eran nubes negras y feas. Hacía bochorno. Se echó el aire; hacía calor, mucho calor y tronó. Al principio truenos lejanos como esos galopes que vienen de no se sabe de dónde pero que resuenan; después, se vinieron más cerca.

Entra junio el que anuncia que agua en San Juan quita: “aceite, vino y pan”, el de la noche de hogueras y fuego mítico, el del príncipe aquel que cantaba una canción – solo a quien conmigo va- una mañanita a la orilla de la mar. Era una canción triste que presagiaba algo que no era bueno.

Junio el de las noches en la era. Eran noches estrelladas. Las estrellas, tan lejanas siempre parecían tan cerca que casi estaban al alcance de la mano. Luego, bajo la manta, nos rendía el sueño y el frío de la madrugada.

Sonaban las cencerras de las bestias en los rastrojos. Eran sonidos de latones roncos. Sonaban unos más próximos; otros, lejanos; ladraban los perros. Los hombres esperaban la venida del día  para seguir trillando. El morero iba por agua al pozo.

La cobra de yeguas estaba lustrosa. La yegua más vieja trillaba a la mano; las más nuevas, por fuera. Se terminaba la parva. Los hombres aventaban cuando venía la marea. Se acababa el reposo para todos: hombres, biergos,  escobas de rama y palas A un lado la paja; las granzas, al otro; a los costales, el grano…

Ha pasado mucho tiempo. Está la tarde con barrunto de tormenta. Escribo y me pregunto como se preguntaba el poeta “¿Por qué vendrá la marea / ahora cuando ya no hay parva / que aventar sobre la era”.
 
 

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