Sevilla era el principal puerto de España. Sevilla, en la
primavera de aquel año, debía estar – como ahora – preciosa. Sevilla veía los
barcos venir, río arriba, cargados de mercancías que acopiaban en América.
Como ahora, la Torre del Oro se asomaría a las aguas del río
y la Giralda y las jacarandas - si es que para aquellos años ya habían cruzado
las aguas de la mar grande, o sea del Océano – y darían ese color lila intenso
que enamora en la distancia. ¿Porque hay alguna ciudad en el mundo que tenga
las jacarandas más bonitas que Sevilla en primavera?
A Sevilla, al Arenal, llegaba, desde todas partes, lo
mejorcito de muchas casas. Buscaban aventuras, algunos; otros, rienda suelta a
la poca vergüenza. Cervantes los retrata en sus andanzas por las calles, en las
puertas de las iglesias o en el patio de Monipodio.
Habla la televisión, estos días, de un presunto, - vayamos,
a liarla – que contaba billetes, no en
el patio donde el hampa tenía asistencia diaria. No, ¡por Dios! Alguien me ha
dicho que contaba el parné dentro de un coche o algo parecido. Da lo mismo. Lo
importante es que “cada uno…”
Ah, por cierto, éste no se las anda por Sevilla. Este mozo
se las busca por un lugar del que dice pasodoble que “es la tierra de las
flores, de la luz y del amor” y, que sus “mujeres todas tienen de las rosas el
color”. Vamos, como si alguna que yo conozco de Sevilla estuviese ‘cagailla de moscas’…., aunque sea muy
seria y no sonría nunca.
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