En San Sebastián vivía doña Francisca Beraza Zabala casada con Fausto Moya,
pintor. El matrimonio no tenía hijos. La señora cogió asma. Entonces los médicos
recetaban “cambiar de aires” para curar ciertos males.
Era un matrimonio ‘con posibles’. Deciden cruzar el mapa y desde Donostia
se vienen a Málaga. Toman el expreso en Madrid y amaneciendo el tren para unos
momentos en la estación de Álora. La señora se enamora del paisaje.
Hacen gestiones; se compran un terreno, por la entrada norte de la
estación, junto al camino de los Callejones de la Barca. Construyen un
palacete. En su puerta principal ponen una cerámica con sus señas de
procedencia: “Villa San Sebastián”. Aún está la cerámica.
En Álora, todos los que venían de fuera, si eran españoles, eran
“madrileños”; si extranjeros,
“franceses”. Y, en la estación se afincó: “una rica madrileña”. Vivieron hasta
que los acontecimientos de la guerra incivil les hizo poner tierra de por
medio. La ingratitud, la venganza, la envidia… Ya se sabe, esas cosas. No
volvieron más al pueblo.
Sí, son los ‘protagonistas’, en segundo grado, del Romance de ‘Salvador, el Tejero’ Es ‘la rica madrileña de la que habla el romance’: “En este
pueblo vivía / una rica madrileña / con dos criadas que tiene / una se llama
Candela / Una se llama Candela / otra se llama Mercedes / Y Salvador, el Tejero
/ hace mucho que la quiere” (…)
Y concluye el romance, después de
contar la tragedia: “Toma Candela este anillo /y se lo das a mi madre / y le
dices que me he muerto / de una calentura grande. / Los amos visten de luto /
los niños visten de blanco / y fueron a acompañarla / hasta el mismo campo
santo.” Y todo eso que Nuestra Tierra
cantó magistralmente.
Junto a Villa San Sebastián, otra
familia, construyó un complejo cárnico y
chacinero. Las circunstancias de la vida fueron por otros caminos. Hoy sigue
ahí, recogidos en la foto de Felipe Aranda -, el recuerdo de aquella industria
- y uno de los más bellos palacetes de la barriada
de la Estación…
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