El país de valles bellísimos, de ríos de aguas frías que
bajan de las nieves perpetuas llora lagrimas más heladas que sus temperaturas
invernales. Ni los cielos son tan azules, ni las laderas son tan verdes, ni las
carreteras son tan pintorescas, ni las nubes son tan algodonosas y blancas.
Todo es luto. Mala madre.
Piden ayuda desde el grito de su impotencia. No tiene nada
de lo básico. Informan que los hospitales – si a algunas cosas se les puede
llamar así - están colapsados. Dicen que hay niños perdidos, deambulando, sin
nadie ni nada que los ampare. Dicen otras cosas de algunos hombres que no saben
estar en su sitio. Ni allí, ni por supuesto, aquí. Y dicen y dicen… ¿Mala
madre?
Las montañas del Himalaya, además de encerrar entre sus
cumbres paisajes únicos, dan cobijo a una tierra que en su interior tiene mucha
movida. Demasiado movimiento. Los temblores con un espacio de tiempo tan
pequeño, entre uno y otro, vienen a corroborar algo que se conoce pero,
sistemáticamente, se ignora.
Cuando en la orografía se estudia la formación de esas
cadenas montañosas tan enormes se habla de cinturones de fuego en el Pacífico y
de líneas transversales que atraviesan el planeta de Este a Oeste y llega desde
el confín de Asia hasta el Estrecho de Gibraltar. Está ahí aunque escondamos la
cabeza debajo del ala.
Periódicamente los movimientos telúricos ocupan las primeras
páginas. Originan un movimiento de solidaridad. Pueden ocurrir en Marruecos, en
Centro América o en Lorca. Suena la campana y la gente, como las liebres con
tiros de los cazadores, levanta la oreja por ver qué ha podido pasar…. Luego,
si te vi, ni me acuerdo.
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