Juan Francisco, un amigo que vive
en Chinchón, por su parte, ha ilustrado el
comentario al artículo de José María Hidalgo - por cierto buenísimo, les
recomiendo la pincelada de Historia, que cada día cuelga este historiador
perote afincado a orillas del Mediterráneo en tierras catalanas… - con una rosa amarilla con los filos
enrojecidos o sea una “Madame Meilland”. ¡Otra preciosidad!
No es cuestión de dar una lección
de rosas ni de colores ni de bellezas que rompen los aires cuando llega abril y
que, a lo largo de todos los meses del año, nos aportan algo diferente porque
son unas flores únicas. No. De aquellas rosas azules, blancas del Angelus y
Platero que contaba Juan Ramón… de esas, tampoco, hablamos.
Los poetas han cantado, desde
siempre, a las rosas. “Joyas vivas de infinito” las llamó Federico García
Lorca; Se refugiaba Valle-Inclan (que no era precisamente un poeta) en la “rosa
intemporal y Neruda le decía: “eres música, / firmamentos,
palacios, ríos, ángeles…” y concluía para llamarla, “limitada, íntima”…
Dicen que vino de Asia. No se sabe
cuándo ni cómo llego a Europa. Está extendida por el mundo entero. Tiene
auténticos genios en su cultivo, en la obtención de variedades nuevas que
buscan colorido, originalidad, olores, portes, tallos, florescencias… Todo lo
que ustedes quieran.
Cada año en el Parque del Oeste
de Madrid se celebra un concurso internacional. La rosaleda del Parque del
Retiro hace una aportación extraordinaria cada primavera, como también lo era la del Parque de los
Príncipes en Sevilla; Córdoba, cerca de la Avenida de Medina Azahara; las del
Marqués de Monistrol en Barcelona, la de los Jardienes del Real en Valencia…
Aquel genial malagueño, muerto en
tierras argentinas (se cumplió una vez más lo de madre para todos y madrastra
para mí) cantó a la rosa de la Alhambra: “En Granada había una rosa, más bonita
que ninguna…” Eso, eso.
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