La calle Algarrobo es larga como un junco arrancado
de una juncia en un río sin agua y sin orilla; es larga como un suspiro escapado
en una espera imposible, como el camino de cielo que recorre la luna cada
noche…Es como la palabra de Dios larga por la que no retornan los ecos.
Es un hilo de
sol en que se trasformó aquel hilo de seda de los Pekeniques que ya no tocan
‘Frente a Palacio’ ni usan guitarras eléctricas en una nueva música que es la
de estos tiempos. Ya no barren las señoras las aceras de sus puertas a las
primeras horas de la mañana.
Y no hay bestias amarradas en las rejas
de las ventanas que se adornan con macetas: pinceladas de belleza, de armonía.
La modernidad ha llegado a modo de un jardín colgante en la fachada con la que
abre la calle… ¡Enhorabuena! Es precioso. Mucho de ayer y del
mañana asidos de la mano en un futuro que llega.
Arranca en la calle Carmona, y casi en su comienzo
se le escapa, - vista y no vista- por su
derecha, Cantarranas. Con la misma filosofía, pero al final y por la derecha se le incorpora Zapata, y en
su mediación perdió, hace muchos años, una travesía, de nombre Juan Acedo que
la unía con su vecina Cantarranas. Ella, en el XVI, se llamó calle de Alonso
Gallego…
A mí esta calle siempre me ha parecido de lo más original
que se vende en calles, si es que hay una oferta de venta de calles y esas
cosas. Verán. En su margen izquierda, es decir, si bajamos, apenas tiene casas…
Son paredes altas y desangeladas; las
traseras de otra calle.
Y, en su mediación,
en una hornacina, en la otra acera, en la de enfrente, veneran un Cristo,
el Cristo de Isabel Vera, desde siempre.
La piedad popular - y la vecina de la
casa., claro - adornan el altar callejero que se encuentra
protegido por un cristal y verja de hierro. De noche se ilumina con luz
eléctrica y siempre se halla con flores, artificiales y naturales. Desde luego.
No es una calle cualquiera…
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