Y , en esa
hora fresca de la tarde del día de san Antonio, cuando un
puñado de nubecillas que salieron de paseo sin saber dónde ir han puesto
pinceladas de algodón sobre las siluetas de las sierras, uno siente la necesidad
de tener cerca a Juan Ramón…
Y sabe que
Platero tiene los ojos como escarabajos de cristal y que es suave y peludo y
blando y que acariciaba con sus hocicos de borriquillo travieso las margaritas
del prado que alargaban la primavera en el preludio del verano.
Y quiere tener cerca a Alcántara porque sabe que “lo
mejor del recuerdo es olvido” y que hay volver a andar el camino desandado y
sabe de barcos y palomas que se fueron a vivir a no sé qué mástil de un velero
que llegó sorteando el nácar de las olas y se ancló en el muelle del puerto.
Y quiere entornar
los ojos y asume y hace suyos los versos
de Barbeito: “ya sé que pasó / y que habrá que dejarlo con las cosas / que no
tiene retorno” y como él sueña con campos de trigo y con un río de aguas claras
y con una llanura de marismas…
Y entorna los ojos con de la poesía de mi condiscípulo
electo, o sea Juan Gaitán, y sabe que tiene la voz temblorosa y que la luz se le viene, de pronto, a las
manos y no sabe qué hacer y escucha y habla
juntando un puñado de palabras…
Y recuerda aquello de Jorge Manrique que “nuestras
vidas son los ríos / que dan en ir a la
mar / que es el morir” y no le importa y lo asume y sabe que es así y se duele
con el dolor que atenaza a muchos amigos que lo rodean…
Y sabe que dentro de un rato porque es casi la hora
de vísperas deberían tocar – ya no tocan – las campanas del campanario y se
quedarán en silencio los rastrojos y las estrellas serán pincelada de ilusión
en estos días donde la luz, la sagrada luz del sur pulsea a la noche y se
resiste a irse…
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