“Que
veinte años no es nada / que es la febril mirada / errante las sombras te
buscan y te nombran”… Era el la letra del Tango. Era el aire porteño que traía
recuerdos de gente que había llegado a la tierra de promisión – Argentina - en
busca del maná de una tierra que manaba según decían pan bueno y mejor carne. O
sea: comida.
Serrat
nos vino a decir que hace veinte años que él tuvo veinte años. No era ya un
himno juvenil sino el recuerdo a aquellos años donde la creencia de que el
mundo era ‘comestible’ y que algún día sería nuestro… y todas esas cosas que se
piensan cuando llevamos a la juventud de la mano...
Veinte
años en la vida de pueblo cambian muchas cosas. Y cuando pasan veinte años de
aquellos veinte años, entonces, ¡ni les digo! Cambian las calles, las farolas
del ayuntamiento, los adoquines del suelo y cambiamos nosotros y las
costumbres.
Llevaba
cuarenta y siete años en la profesión. Ha decidido bajar la persiana. Nos ha
hecho polvo a los madrugadores que teníamos allí la cita mañanera con todo lo
que conlleva eso de verse cada día cuando el sol apunta por los Lagares.
El
hombre de quien hablo comenzó con trece
años… cuatrocientas pesetas de sueldo a la semana. “Eran necesarias para mi
casa”, me dice y, después subió a seiscientas y el niño de ayer, ahora, se ve
obligado a decir adiós a toda una vida.
Pongamos que hablamos de un hombre a quien la
enfermedad le corta las alas, - cuando tenía aún mucho por volar – y dice que
hasta aquí se ha llegado y que el bar ‘Alora’ se une a las añoranzas de El Pena, La Balita, Tatarrete, El Rancho Grande, Bar Nuevo, Asaura, Periquete, el Zalamero…
Pongamos
que hablamos de un hombre seco y enjuto, de estatura media, de palabra las
justa y necesarias; pongamos que hablamos de un hombre amigo de sus amigos; pongamos que hablamos de Mateo, de Mateo García Martín…
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