domingo, 14 de junio de 2015

Una hoja suelta del cuaderno de bitácora.

“Que veinte años no es nada / que es la febril mirada / errante las sombras te buscan y te nombran”… Era el la letra del Tango. Era el aire porteño que traía recuerdos de gente que había llegado a la tierra de promisión – Argentina - en busca del maná de una tierra que manaba según decían pan bueno y mejor carne. O sea: comida.

Serrat nos vino a decir que hace veinte años que él tuvo veinte años. No era ya un himno juvenil sino el recuerdo a aquellos años donde la creencia de que el mundo era ‘comestible’ y que algún día sería nuestro… y todas esas cosas que se piensan cuando llevamos a la juventud de la mano...

Veinte años en la vida de pueblo cambian muchas cosas. Y cuando pasan veinte años de aquellos veinte años, entonces, ¡ni les digo! Cambian las calles, las farolas del ayuntamiento, los adoquines del suelo y cambiamos nosotros y las costumbres.

Llevaba cuarenta y siete años en la profesión. Ha decidido bajar la persiana. Nos ha hecho polvo a los madrugadores que teníamos allí la cita mañanera con todo lo que conlleva eso de verse cada día cuando el sol apunta por los Lagares.

El hombre de quien  hablo comenzó con trece años… cuatrocientas pesetas de sueldo a la semana. “Eran necesarias para mi casa”, me dice y, después subió a seiscientas y el niño de ayer, ahora, se ve obligado a decir adiós a toda una vida.

 Pongamos que hablamos de un hombre a quien la enfermedad le corta las alas, - cuando tenía aún mucho por volar – y dice que hasta aquí se ha llegado y que el bar ‘Alora’ se une a las añoranzas de  El Pena, La Balita, Tatarrete,  El Rancho Grande,  Bar Nuevo, Asaura, Periquete,  el Zalamero…


Pongamos que hablamos de un hombre seco y enjuto, de estatura media, de palabra las justa y necesarias; pongamos que hablamos de un hombre amigo de sus amigos; pongamos que hablamos de Mateo, de Mateo García Martín…

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