Joven, bien parecido y con mala leche. Mucha mala
leche; demasiada para tan poco embase como tiene el rubio de Carolina del Sur
que, encima, se fue a una iglesia a pegar tiros y matar a gente que había
‘cometido’ dos delitos: era de otro color en la piel y rezaban en una iglesia.
Las televisiones pasan imágenes. Es un muchacho de
mirada extraña y al que podría quedarle un montón de vida por delante; ahora,
ya ninguna. Y uno, en sus cortas luces, no ve explicación
para que siendo tan joven se pueda llevar tanto veneno dentro y tanto odio.
Al parecer su casa está rodeada de árboles. Tiene
pinta de ser un lugar bonito donde debe haber pájaros que cantan al amanecer y
donde las tardes doradas del otoño podrían poner una pincelada de poesía a la
que nunca dio la más mínima entrada en su corazón.
Dicen que si era excéntrico, que si vivía encerrado
en su habitación y no sabían qué hacía ni a qué dedicaba muchas horas del día y
de la noche, porque oigan, a veces, las noches son muy largas tanto que duran
24 horas y no permiten que la luz del sol las ilumine…
Los que saben de tantas cosas, o sea los
tertulianos, ahora la emprende con la permisividad de armas en ese país que es
casi tan grande como Europa y quieren – desde aquí, claro – que cambien las
leyes y otras cosas. Algunos de ellos se proclaman “anti” pero beben Coca Cola,
fuman Marlboro y compran vuelos baratos para ir a Nueva York.
No he visto ningún debate serio. Y digo serio que
analice qué pasa en la sociedad occidental para que se hayan perdido los
papeles de esta forma, para que la infelicidad sea la compañera asida de la
mano cada día, para que hayamos perdido el norte o que ni siquiera sepamos
dónde está en el cielo la estrella polar.
Y, digo yo
¿será porque nunca han escuchado el canto de los ruiseñores cuando viene la
mañana?
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