Cuando el viajero corona el puerto de Miravete tiene
en frente Gredos con La Vera a sus faldas y entre el Tiétar y la autovía el
Campo de Arañuelo. El viajero sigue, como siempre, por la Madrid-Lisboa que
tomó en Mérida y llega a Navalmoral de la Mata.
Deja la carretera por donde siempre, cruza la ciudad
por donde siempre, ve las vías del tren donde siempre y deja, a la derecha el
campo de fútbol del Moralo, donde siempre. Y como siempre tiene un recuerdo
para un hombre que escribía poesía en prosa. Se llamaba José María Pérez Lozano
y publicó, cuando el viajero era todavía un muchacho, un libro delicioso: “Dios
tiene una O”.
Cruza el Campo de Arañuelo. Está reseco. Ya no pasa
por Talayuela porque un desvío ha sacado la carretera del pueblo. Cuando da
vistas al Tiétar sabe que ha llegado a ‘otra’ tierra. Cruza el puente; el río
va con agua clara de orilla a orilla…
El verdor de las plantaciones: tabaco, pimentón,
hortalizas, maizales dice muchas cosas sin pronunciar palabra: el agua es vida;
la gente es muy trabajadora; exprimen y sacan la riqueza que esta la da con
mucha generosidad y los tópicos están muy bien… en su sitio.
El viajero deja la desviación de Robledillo de la
Vera y sigue para Jarandilla – salvo un
par de pueblos, casi todos reivindican el apellido: de La Vera -. Pasa junto al
castillo de los condes de Oropesa y ve
cómo este año parece que están más hermosas las hortensias…
Llega donde Adriano
y saluda a los amigos. Echan la
partida como siempre y a la hora de siempre, y le dicen que le han asignado la
habitación…Ya se sabe la costumbre…
Luego va al
Lago junto a Jaraíz; antes pasa por el Monasterio que ya está cerrado y
envuelto en el silencio. Cuando llega la noche se echa a andar por las calles
de Cuacos – de Yuste - y saluda a las señoras que comparten fresco y cháchara.
Y escucha cómo resuenan en la noche los caños de la
fuente y la campana del reloj que da las horas. Y se acuerda de sus amigos, don
Julio, a quien el viajero le llevaba siempre dos botellas de manzanilla de ‘La
Guita’, y Felipe que regalaba libros al
viajero y Teodoro que le daba muchas
cosas y ratos de conversación con dos ‘butanitos’ delante…
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