Es a nosotros como el Gurugú a Melilla; como el Pan de
Azúcar a Río de Janeiro; como el Moncayo a Aragón; como el Igueldo a San
Sebatián…
Si tiene – cosa rara – echada la capucha es señal de agua.
Seguro. “Cuando El Hacho / se pone la mantilla, / suelta los bueyes / y vente a
la villa”. Las borrascas aquí entran
desde el Estrecho y el sol se va por el Monte Redondo, que es un alargamiento
del Hacho…
Si subes en día claro verás en la lejanía El Torcal; a la
derecha los Montes de Málaga; más a la derecha la Bahía… A tus pies, el pueblo
y la alfombra verde de la vega, o los trigos que despuntan en las lomas, o Los
Lagares que parecen olitas de tierra en un mar de montañas.
Lo verás – El Hacho – por cualquiera de los caminos que
llegues. Siempre con cara diferente. Será un cuchillo abierto; una meseta en
forma de trapecio; un semicirco… Puede ser un perro tendido que espera al sol;
un cocodrilo que acecha; cara de una lechuza que mira con asombro.
Puede que las sombras te jueguen una mala pasada y,
entonces, aparece algo tan asombroso como la efigie de Gizeh, o la de un Buda sentado
y gigante, o de un fantasma que agita los brazos… Si no me crees compruébalo
por ti mismo. Siéntate en la ladera del Quebrareo y espera a que caiga la
tarde.
Al Hacho, también puedes subir por el Sabinal y por los
Cortigüelos. Si andas sobrado de tiempo, sube a pie. Por el “Cuchillo”, la
ascensión es más complicada y difícil. Mi amigo Juan Blanco y algunos más lo
hicieron hace unos meses. Yo me ‘descolgué’. Piensan repetirlo ahora cuando
haga mejor tiempo. (No sé si para esa fecha las habas estarán en flor, ya me
entiendes). La ascensión más ‘cómoda’ desde el pueblo, por la Viñuela y el
Camino del Puerto.
Llévate agua. No hay
fuentes en la cumbre. De niños todos ‘sabíamos’ de una gruta – que nadie ha
visto – misteriosa y profunda, donde se oye el rugir de las olas del mar.
Huele a tomillo, a romero y aulagas. De vez en cuando párate
y vuélvete a mirar atrás. Párate a escuchar el campo, y los silencios… y el
viento.
Foto: F. Aranda
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