No es el título de la novela de Larry Collins y Dominique
Lapierre. No. No son, tampoco, los días previos a la liberación en la Segunda
Guerra mundial ni aquel verano de sol en
que los aliados llegaban a sus puertas y el Sena seguía corriendo bajo los
puentes.
No es tampoco el argumento de la película del 66 que realizó
René Clement. Ni el guión adaptado y escrito por Coppola y Vidal. No. Se
juntaron, entonces, un montón de estrellas: Kirk Douglas, Glen Ford, Yves Montand,
Jean-Paul Belmondo, Alain Delon, Anthony Perkins, Simone Signoret… Ahora, se
han juntado otras cosas y ‘otros’ artistas.
No es la respuesta a la pregunta del Führer aquella mañana
del 25 de agosto. No son ni las voces de Dietrich Von Choltitz, ni las del
general Leclerc, ni las notas de La Marsellesa, ni el estruendo de los cañones
que destruyen una de las ciudades - la otra Nueva York - donde se apoya uno de
los brazos del puente del mundo.
No resuena la voz del ‘Ruiseñor de Avignon’, o sea, Mireille
Mathieu, con su melena a media cara que canta con notas guturales y habla de
libertades y cañones de otra guerra. La guerra viene de otro sitio, de otra
mentalidad, de otro mensaje. Como presagiaba la canción, Paris espera un nuevo
día y una nueva luz.
Hoy, y ayer, y el día anterior… Paris ha amanecido bajo el
cielo gris, plomizo y lluvioso propio del invierno. Ha perdido la luz – “La
Ville lumièr”, la llamó alguien – por mor de la ceguera de algunos hombres.
Decía una corresponsal que en Notre Dame solo se escuchaban
la lluvia y el ‘repique’ (sic) de campanas. Señora, con todos mis respetos, las
campanas de Notre Dame no repicaban, doblaban a muerto que es algo muy distinto.
Que usted no sepa utilizar el lenguaje es otro cante…
Paris, ha sido un caos de angustia y de nudos en la
garganta. El pueblo francés, tan chauvinista, tan de sus cosas, tan suyo, es
merecedor de la admiración, del cariño y del respeto.
Todos hemos sido Charlie. Todos hemos sentido su dolor como
nuestro. ¿Arde Paris? No. Paris no podía arder: habría ardido la libertad
aunque todo haya terminado (¿?) con una explosión enorme de rabia y de
tristeza.
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