domingo, 4 de enero de 2015

Una hoja suelta del cuaderno de bitácora. La chica del violín

                                               

El sol del medio día apenas alargaba las sombras sobre el asfalto de la calle. La gente paseaba. Todo era bullicio; la gente iba y venía. Todo tenía la dulzura placentera de un domingo de invierno. Gustaba la calle soleada; hacía frío en las sombras. Era de esos momentos únicos, que nos gustaría alargarlos.

En la esquina de la catedral,  - la que está resguardada  de las brisas que vienen el mar -, una chica joven tocaba el violín. Era un desgranar de notas dulces, nostálgicas; estaban  llenas de sueños. Es ese hálito mágico que de vez en cuando se abre paso entre el ruido de la ciudades.

La chica estaba sola. Tenía el pelo largo y lacio y un vestido  con caída libre hasta los pies. Las puntas de sus cabellos sobrepasaban un palmo de los hombros. Calzaba zapatos negros. La chica tenía  una cintura esbelta como un junco de ribera y todo el ritmo del universo en su cuerpo.

Entornaba los ojos y con los labios silenciosos y, a modo de muecas, hacía otra lectura de las notas que arrancaba. El violín reposaba sobre su hombro izquierdo… Me he parado frente a ella. No he dicho que la chica que es joven no es ni rubia ni morena. ¿De qué color son los cabellos de esta chica que parece que viene de un país del norte?

Inclinaba, suavemente, la cabeza; acompasaba los movimientos de su brazo derecho que subía y bajaba con el arco. Hacía  tenues vaivenes con la cabeza. La chica arrancaba a las cuatro cuerdas todo lo que el violín llevaba dentro.

Todo era agudeza. Al llegar a las notas más agudas, al ‘cantino’,  se detenía el tiempo. Comenzaba una cascada… y, entonces, era el momento de entornar los ojos y pensar: “ne me quitte pas”… Edif  Piaf, Jacques Brel, Juliette Greco… “Ne me quitte pas”. Solo eran suspiros escapados por las calles del viento.


La chica del violín tocaba. La gente pasaba indiferente. El estuche abierto a sus pies era el lugar para recoger algunas monedas… ¡Cómo si tanta belleza se comprase con dinero! Maldito dinero, tan necesario pero tan puñetero. 

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