Si el tiempo se ponía ‘raro’ disertaba del asunto pero
siempre con pie cambiado. Y como sabía más que nadie, opinaba y pontificando:
de vino, pintura, del campo, de fútbol, de la prima de riego, o de la metensícosis
de la materia. ¡Un artista; oigan un artista completo!
Si amanecía un día ventoso no pisana la calle. El viento
gélido que sopla al revolver de las esquinas afecta a sus oídos. Ya se sabe,
las otitis duelen una barbaridad. Eso se combate con bufanda de doble vuelta y
un gorro con orejeras.
Los días de lluvia son un auténtico calvario. Se vuelven los
paraguas, salpican los charcos; las losetas de la calle como no encajan bien –
por culpa del ayuntamiento, ¡qué caramba! - salpican… y el paso de las
borrascas, naturalmente, le pedían su permiso para cruzar los cielos.
Agosto de fuego. Siesta abrasadora . Se recogían las
almendras en los pechos del La Atalaya. Aquello no era sol en las costillas. Ni
calor, ni asfixia en el aire… No, no. Era
todo eso y un poco más. Al agua del cántaro le faltaba poco para arrancar a
hervir. El manijero le dice:
-
Apareja el mulo, ve a la fuente de Pedro y te
traes una carga de agua para la merienda.
-
¿Por qué no mandas a otro? Es que si me mojo los
pies…
Su equipo era de medio pelo. Las derrotas, moneda de cambio;
las victorias se contaban casi como algo anecdótico. Todo aquello no era fruto
de la mediocridad que tenían encima. No, no. Era porque todos los árbitros del
mundo mundial los perseguían y
favorecían a los contrarios.
Barra del bar; grupo de contertulios. Opinaba y opinaba.
Hablaba de tratos de limones. Daba una disertación sobre los mercados
internacionales afectados por la inestabilidad de la moneda. El interlocutor le
echó en cara su ignorancia.
-
“¡Es que yo soy químico!”.
-
¿Químico? ¿Químico, tú? Si tú no sabes ni aliñar
un gazpacho…
La guinda se la puso la abuela de una amiga mía: “Es como
los sombreritos de paja, que no sirve… ni pa
el sol ni pa el agua”.
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