sábado, 10 de enero de 2015

Una hoja suelta del cuaderno de bitácora. La chica de la playa

La chica de aquel verano llegaba cada tarde a la playa. Era a esa hora en la que el sol ya no quema y han pasado las horas achicharradas de la siesta. Se sentaba frente al mar. La chica llevaba un vestido blanco. Extendía la tolla. Se desprendía de la ropa de calle. Sacaba de una cesta de palma unas gafas de sol. Se daba una loción de crema protectora… La chica se ponía un sombrero en la cabeza.

La chica de aquel verano se sentaba cada tarde junto a la playa, en la orilla. La brisa acariciaba su pelo. Jugaba con él como solo lo hacen las brisas caprichosas que se levantan de la mar las tardes de verano. Lejos de la playa hacía calor. Allí no se sentía.

Cuando el sol se hundía lento, parsimonioso, sin prisas en el océano regresaban las barcas. Las barcas venían de la pesca de bajura. Las barcas buscaban el amparo del puerto. La chica las veía aparecer en el horizonte; luego, frente a ella, y después enseñaban la popa… Un enjambre de gaviotas revoloteaba sobre las barcas.

Las barcas a su paso dejaban una estela de espuma blanca sobre el agua. El motor con su ruido monocorde rompía el graznido de las gaviotas. La chica, unas veces, se tumbaba y dejaba que el sol acariciase su cuerpo; otras, se incorporaba. Sentada, entrelazaba los dedos de sus manos por delante de las rodillas. La chica encorvaba su espalda. La chicha miraba al horizonte.

El sol era una esfera enorme que se achicaba por momentos. Primero intensa, dorada, de fuego. Luego perdía intensidad. Se hundía. El cielo se ponía de color anaranjado, violeta, azulado. Unas nubes tenues cubrían el horizonte por dónde el sol se había ido camino de América.


Y, entonces, la chica de aquel verano se levantaba despacio, sin prisa, como quien piensa que volverá al día siguiente. Recogía la toalla. A modo de felpa se colocaba un pañuelo de colores anudado en la cabeza. Los tubos de crema reposaban en el fondo de la cesta de palma. Se ponía el vestido blanco y se echaba a andar por la arena de la playa que ya no estaba tan ardiente como cuando ella llegó…

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