Los muchachos subían por la Cuesta del Río cuando regresaban
de los baños en las tardes de verano. Las tardes eran ardientes, abrasadoras y
largas; muy largas. Tan largas que no acababan nunca. El sol tardaba en trasponer por el Monte
Redondo y las horas de remojo eran un alivio.
Los muchachos siempre bajaban al río a esas horas en que el
pueblo entraba en un sopor interminable. Las madres recogían la cocina; se
entornaban las puertas; las casas se quedaban en penumbra. Los hombres que no
dormían la siesta se iban a echar una partida al bar.
Cuando el sol hincaba la cresta, entre los muchachos, se
sabía que había que levantar el hato y
regresar al pueblo. Los muchachos traían las caninas abiertas. Ya habían devorado
la merienda y con el baño el hambre se despertaba con más fuerza.
La Cuesta del Río tenía a ambos lados vallados de zarzas
silvestres con moras que cuando estaban
maduras eran apetitosas y, a pesar de algún que otro pinchonazo, siempre sabían
a un manjar exquisito.
La Cuesta de Río
tenía unas calzadas de piedra para que las bestias no resbalasen en la bajada. En los meses de
invierno había mucho barro. Los animales atascaban los cascos de sus pezuñas en
el barro. En verano era un camino seco y polvoriento. Los muchachos siempre
iban por las veredas y buscaban las moras maduras.
En la Cuesta del Río vivía un hombre ciego; por encima de la casa de Molina, junto al
arroyo de los Azulejos que los muchachos no sabían que se llamaba así vivía,
también, otro hombre, un hombre viejo y
malhumorado que guardaba sus frutos de la voracidad de los muchachos.
Los muchachos se acercaban con mucho sigilo. El viejo siempre estaba sentado debajo de la
higuera, los veía antes que llegasen y no podían sorprenderlo… Entonces, el
viejo la emprendía a terronazos y los
muchachos huían despavoridos.
Los muchachos iban algunas tardes hasta la ‘Argamasa’, aguas
abajo de la Vega Redonda y enfrente del Morquecho; otras, se iban a los ‘Remolinos’
en la Barranca de la Barca. Había otros ‘bañaeros’:
la Playita, la Nerisca de Lería… pero se iba por otros caminos. Los muchachos…
No hay comentarios:
Publicar un comentario