Al pie de Segura
-Segura de la Sierra- piensa que puedes estar ante uno de los pueblos más
bellos y enriscados de cuantos des en encontrar en tu andar por estas tierras. Párate
y observa. Mira y ve. Oye y escucha. Contempla, escudriña...
El pueblo -lo que queda de un pasado glorioso- sube y
trepa montaña arriba. A media ladera, Santa María del Collado te dice de cómo
los campanarios se empeñan en otear vientos y horizontes; en capear ventiscas y
temporales. Sobreviven al paso inexorable del tiempo.
Puede que te cuenten
- en Paredes de Nava, por tierras de Castilla, también - que aquí nació
Jorge Manrique, hijo del Comendador Rodrigo Manrique, a quien dedicó las Coplas
de pie quebrado “A la muerte de su padre” Su madre fue dama segureña,
doña Mencía de Figueroa, - que las madres también tienen algo que decir en
estas cosas, ¿o no?
Llegados aquí no me resisto a transcribirte lo que
Aquilino Duque escribió:
“Cuando Segura era
cabeza del señorío de los Manrique, Orcera era su aldea; hoy Orcera tiene
arciprestazgo, y el arcipreste manda un cura a decir misa en la iglesia en
restauración de Segura. El cura de Orcera ha venido a acompañado de dos
monaguillos, muy empeñados los dos en enseñarme la capilla del castillo. Por
fin logran enseñarme la casa de un pintor o poeta que vivió en Segura años
atrás. Es la casa de Jorge Manrique. Uno de los monagos está en COU y el otro
en BUP y naturalmente, jamás han oído hablar de Jorge Manrique ni de su padre.
Van a buscar nidos de camacho o de chichipán.”
De tanto encaramamiento por las alturas tienes que
volver. Baja. Toma el camino que te lleva a Orcera. A mí, sólo me resta
desearte: ¡buen viaje!
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