domingo, 25 de enero de 2015

Una hoja suelta del cuaderno de bitácora. La chica del banco de la calle

                                

Esperaba la chica la canción de amor de  aquella tarde. Las estrellas eran puntos luminosos lejanos, distantes. Un banco en una calle cualquiera, de una ciudad cualquiera, de una noche cualquiera…. Y una mujer excepcional. Esperaba con la inquietud de esos primeros minutos de quien sabe que llegó primero.

Debería venir él. Dentro de poco debería venir, como cada tarde, como siempre. Si encontró aparcamiento, a pie por la acera; si no, tocaría el claxon desde el borde del asfalto. Una sonrisa y el olor a brea y a salina; el olor a mar.

Bajaría la ventanilla y abriría la portezuela derecha con una leve inclinación del cuerpo para llegar hasta la manilla. Sonaba la música - ¿por qué  siempre llevaba a  Édith Piaf - en la radio del coche. “Ojos que hacen bajar los nuestros / una risa que se pierde sobre su boca…”

Pasaban, en la oscuridad, otros vehículos. Luces, ruidos de motores: la vida en la calle cuando concluye la jornada. La chica soñaba con unos brazos cálidos y una voz…”veo la vida en rosa / me dice palabras de amor / palabras…”

La chica había pasado por la peluquería. Los rizos del pelo – solo hasta tocar suavemente sobre los hombros - eran tirabuzones. Tenían el misterio, el embrujo del canto de los pájaros cuando anuncian que se acaba el día. Tenían el atractivo que decían de las divinidades asomadas a las barandas del Olimpo. Siempre inalcanzables.

Venía un rumor sordo, cercano, amigo… Eran las olas de la mar. Venían, besaban el rebalaje y luego… y así una y otra vez. La chica sentía el mar próximo porque la chica siempre veía y hablaba con el mar desde su ventana. Esa noche la chica se había sentado en un banco de la calle de espaldas al mar.

Encendió un cigarrillo. Extendió la mano, dejó que la brisa llevase a su antojo el humo y respiró. La chica no estaba inquieta. Esperaba. Aguardaba por si por un casual no llegaba a la cita y entonces debería sonar el teléfono. Pasó un rato largo. Sentía el pálpito de su corazón. Consumió el cigarrillo, encendió otro y otro y…

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