Este Papa es un milagro; este Papa es un peligro. Y si se
sube en un avión entonces ya, ni hablamos. Debe ser porque tiene ‘a mano’ a su Jefe y se siente seguro.
Este Papa rompe moldes y costumbres y como se descuiden hace añicos hasta a la
mismísima Curia Romana.
Vino de la tierra del tango; ‘che’, vino de ese lugar que
dicen los que han estado allí, que es un
sitio tan distinto a todos que los argentinos se dividen en dos: los de Buenos Aires y el resto. De allí se trajeron
al tal Francisco.
En el avión que lo devolvía desde tierras del Oriente lejano
va y se deja caer con un bombazo: “para ser buen católico no hay que tener
hijos como conejos”. Más o menos. Ha hecho una llamada a la paternidad
responsable. Y, de paso, parece que una llamada de atención a los moralistas que legislan desde
detrás de las mesas de los despachos.
Desde que llegó al Vaticano tiró por las calles que no han
tirado otros: se va a vivir a Santa Marta, comienza las reformas con cargas de
profundidad, zarandea a cosas parecidas con las sectas, dice lo que no es
‘políticamente’ correcto y habla de pobres, emigrantes, de las miserias.
Denuncia conductas impropias de hombres de Dios. Escandaliza a los que se
aferran a las púrpuras del poder…
Este Papa ha hecho algo que hasta ahora parecía impensable:
lleva los zapatos viejos, viaja en un coche normal, come en la mesa con la
gente, abraza a los que muchos les vuelven las espaldas y denuncia que lo
mundano “aturde más que el aguardiente en ayunas”.
Lo de los conejos parece que ha sonado mal a más de un
pusilánime. Eso es lo de menos. Lo que se ha llevado por delante es que si
píldora, que si preservativos, que si control de natalidad. Mucha tela; mucho
cambio viene por no se sabe qué aires celestes aunque quien lo pregona se vista
de blanco…
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