lunes, 8 de diciembre de 2014

Una hoja suelta del cuaderno de bitácora. Nacimiento

                                             

El río nacía bajo una covacha de gandinga en la que crecían, a modo de arbolitos, ramas de tomillo, algo de romero y, al pie, unas pitas pequeñitas arrancadas en el borde de la carretera en carretera en la cuneta del Quebraero. El río – papel plateado del chocolate Santa María, que nos daba, el papel, claro, Juanico ‘el de Bonela’ – corría por una llanura verde de serrín que lo alfombraba todo.

Salvaba el río un puente de corcho. Sobre el puente, una borrquilla cargada con leña; un poco más abajo una mujer lavaba y aguas arriba de la lavandera una pata madre seguida por un puñado de patitos pequeños nadaban en el agua imaginaria.

Un poco más allá, un hombre araba con una yunta de vacas, y unas gallinas picoteaban en un corral con empalizada y todo; pastaban un rebaño de ovejas en la placidez de la yerba; las cabras – ya se sabe, ‘la cabra tira al monte’ – se encaramaba entre los ricos artificiales de los cerros formados con sacos de arpillera. El pozo esperaba a la cabras que no bajaban a beber nunca. (Los peces eran otra cosa).

No faltaba el error de bulto: una corraleta con la cerda y sus cerditos. Todos preciosos, lindos. “Del guarro hasta los andares”, pero no sabíamos que en el mundo hebreo el dichoso bichito es animal impuro y, por tanto, prohibido…

Coronaba la cumbre un castillo de corcho. En la puerta hacían guardia dos soldados armados con lanzas y, en el centro, delatante de la puerta un rey con cara de malo. Se llamaba Herodes. Ningún niño quería a aquel rey.

 Por las montañas bajaban tres Reyes – a esos sí que los queríamos – montados en camellos. Caminaban al portal donde estaba el Misterio; en el frontal, un ángel con un mensaje: “Gloria a Dios en el cielo y en la tierra paz a los hombres de buena voluntad”. Y, digo yo, y a los otros, también, son quienes más la necesitan, ¿o, no?


“Aunque estaba la noche serena por todos los campos la nieve caía…” Cantaba la pastoral de Antonio ‘el Divino’ que pasaba por la calle. Al leer estas líneas todos nos las hemos andado por ‘otro’ Nacimiento, el nuestro. No lo olvidaremos nunca. Que Dios os bendiga a todos.

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