Se asoma el pueblo al Tajo - al Tajo del arroyo Hondo - como
quien busca la brisa que trae algo nuevo. Tiene el embrujo y el misterio de la
luz que juega con las sombras. Todo es antojo, todo es ese resuello contenido
por dentro; todo es encanto.
Felipe ve lo que todos miramos, pero sólo él ve, - porque
Felipe ve con ojos de artista - y en este caso con privilegio doble. La foto la
sacó una noche cualquiera desde el balcón de la casa de su madre, y como Felipe
es así pues va y nos las enseña y nos la regala y nos da envidia porque a todos
nos gustaría ver desde la ventana de nuestra casa algo tan bello, tan
extraordinario, tan único.
Es el casco antiguo de un pueblo viejo. Un pueblo viejo que
como en los versos de Juan Ramón “se hace nuevo cada año” y va crece y sube y
trepa y construye, sobre otras casas que
ya estaban, casas nuevas y aparece lo que el artista capto, con su maquina,
aquella noche.
El Tajo se eleva sobre el arroyo Hondo, el que viene de las
estribaciones donde se dan la mano El Hacho y el Monte Redondo, tierras arriba
de la Dehesa de la Villa. Tiene por vecinos el arroyo, claro, dos ‘padrinos
ilustres’: la Viñuela del Soldado y el Pago del Baece.
La Viñuela perteneció a Cristóbal Sánchez, vecino de Álora, - “Cristóbal Sánchez, soldado” -. Así figura en el censo de 1561 que el rey
Felipe II manda llevar a cabo para el cobro de las alcabalas y las tercias
reales; Alí ben Falcún El Baeci,
penúltimo alcaide del castillo, le da el nombre al pago…
Y entre la Historia, la grande en la que se hallan inmersos
todos los pueblos, surgen los testimonios gráficos que fijan los recuerdos, que
se engrandecen, ¡y de qué manera! Todo eso que duerme, que está como echado y
como en el arpa de Bécquer, espera la mano que arranque la notas…
Esta noche, una noche
cualquiera, fue Felipe, Felipe Aranda, el encargado de hacer hablar al
silencio. Y nos dejó, su duende.
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