Está visto. Quien se arrima al campo, por lo menos, se trae
polvo en los zapatos. No hay alcalde que se precie que no remodele la plaza
principal de su pueblo ni Ministro de Agricultura – en el caso que nos ocupa,
en femenino- que no le mete el dedo en el ojo al campo.
Ahora viene la señora de Valladolid o sea, la señora
ministra de Agricultura, Alimentación y Medio Ambiente y dice que quiere acabar
con el ‘agricultor de sofá’. La gente del campo tenemos una cosa clara, muy
clarita. Los únicos que no nos han fallado nunca son los poetas:
“Campo, campo, campo / y entre los olivos, / los cortijos
blancos”. Lo escribió don Antonio Machado. Eran los olivos entre la Sierra
Mágina y Cazorla; eran los olivos de las lomas de Úbeda y Baeza… Era la poesía
de don Antonio.
“Cava un hoyo en la tierra, / planta un olivo; / lo mirarás
mañana / como a tu hijo. / Y al ver entre sus hojas/ flores de esquilmo,/ y más
tarde - cosecha - / el fruto limpio, /
sentirás que tu mano/ ha escrito un libro”. Es la poesía de Antonio García
Barbeito, lo dijo en Az-zait…
“El río Guadalquivir/
va entre naranjos y olivos...” Federico se las andaba en su Poema del Cante Jondo y Fernando Villalón,
el que se arruinó – dicen – alimentando sus toros con margaritas de la Marisma
porque quería un toro con los ojos
verdes, escribió: “Ya
se ven por la ladera / los ejércitos nudosos / de los olivos leñosos / que
suben de la pradera”.
“Los ojos de mi morena / ni son chicos ni son grandes / que
son aceitunas negras / que del olivo se caen”. Lo canta el pueblo, y “cuando las
canta el pueblo…”; lo recogió Manolo Garrido Palacios.
Miguel Hernández preguntaba a los aceituneros altivos por la propiedad de
los olivos. No encontró respuesta… La señora ministra parece que encuentra la
solución del campo eliminando ‘agricultores de sofá’ ¡Ole tú alma, criatura
tecnócrata!
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