Esta tarde se han
venido los estorninos a los cables de teléfono junto al camino de los Aneales.
Vienen, se posan y arrancan de sopetón una volada en círculo; luego, vuelven.
Así llevan un rato. Se dan un paseo por el cielo limpio de este casi estrenado invierno, como quien va a alguna parte y, a
medio camino, desiste.
Puede que los estorninos se las anden de cónclave o esperan
la orden del jefe que diga dónde hay que retirarse. Alguien me dijo que todos
los pájaros como los hombres siempre obedecen a una voz que no escucha nadie.
¿Cómo la voz del amor? Puede…
Los nogales y los almeces, se han quedado sin hojas; los
granados están esqueléticos; los plátanos orientales que orillan la vía por
donde está el derrame del agua de la Fuente de la Manía tienen sus ramas desnudas.
Entre ellas juega y corretea el viento a su antojo. No ofrecen ninguna
protección.
Cada mañana los estorninos suben hasta los olivares. Antes,
cuando había ‘suelos’, ellos tenían comida para muchos días. Ahora, se les
acorta el tiempo con eso de las varas vibradoras que mueven las ramas y los
toldos para la recogida de la aceituna. En los remolques del tractor las llevan
al sacrificio supremo del molino… Todo cambia, para los estorninos, también.
Me da la impresión que los estorninos están desorientados.
No deja de ser una impresión muy subjetiva porque los pájaros no se desorientan
nunca, pero esta tarde están como quien no sabe a dónde van. Los observo. Y, si
¿estuviesen esperando a alguien?
Hace un rato que bajaron las garcetas por el río. Estas sí
lo tienen muy claro. Pasan la noche en la alameda del Hoyo del Conde y en los
eucaliptos grandes de los Callejones, en la Barranca de la Barca. Las garcetas
tienen las plumas blancas, el pico largo y las patas zancudas. Las patas de las
garcetas le permiten posarse dónde a ellas les place.
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