“Sus cabellos que el tiempo ha vuelto blancos / sus manos nerviosas y arrugadas / y un poco triste la mirada….” Cantaba Serrat cuando éramos
jóvenes y pensábamos que la vejez estaba muy lejos. Tan lejos que nunca
vislumbramos que algún día tú y yo seríamos unos viejos amantes.
Tus carnes eran prietas; tu mirada buscaba lo lejano. Tus
ojos, ¡ay, tus ojos! Miraban desde lo más hondo con esa profundidad que solo
encierran quienes llevan mucho por dentro y tienen el deseo y la necesidad de
entregarlo a quien lo reclama en silencio, a quien aguarda cada amanecer que
venga el día y cada crepúsculo que llegue la noche.
Tu paso era firme y seguro. Tu caminar erguido. Hacías frente a los vientos y no tenías miedo
a nada ni a nadie. Capeaste temporales y lluvias. Saliste adelante y yo, yo,
siempre iba de tu mano. Asido como el niño que busca la seguridad junto a ti.
Se han quedado un poco ancladas en el tiempo las rosas de
abril. ¿Te acuerdas, aquello de “per Sant Jordi ell li compra una rosa /
embolicada amb paper de plata”? Porque nunca te faltaron las rosas en abril - lo
del libro es otra cosa - ni las calores del verano.
Fíjate lo que son las cosas. Se han quedado antiguas las
radios. Han venido otros medios. Las han empujado. Han ocupado sus sitios. Nos
han empujado a ti y a mí. Aunque tú me lo has preguntado muchas veces: “estàs
be”? Y ya sabes cuál ha sido mi respuesta.
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