Circunvalar
Gredos es una experiencia única. En invierno la nieve se toca con la mano a
orillas de la carretera; en verano, los pastos de alta montaña ponen mantos
verdes desde las cumbres hasta los prados. Navarredonda de Gredos, Hoyos de
Miguel Muñoz, Barajas, Hoyos del Espino, San Martín del Pimpollar…
Pienso
en las aguas claras de ríos recién nacidos. El Alberche y el Tormes bajan al
Tajo y al Duero; una red de gargantas alimenta el Tiétar. La geografía lo ha
querido así. Recuerdo con nostalgia las palabras de Josefina Carabias que veía
la luna, ‘estas noches de luna’, ¡ay, y de qué manera!, sobre los Galayos y
sobre el Pico y sobre Gredos…
Deben
haber pasado más de treinta y tantos años de la primera vez que fui por
aquellas tierras. Era verano. La calor sofocante – cuando supera los 40º es “la”-
de esta tierra nuestra se vio, de pronto, absorbida por el agua helada que
bajaba, entre cantos enormes de granito, helada y tan fría que era irresistible estar un rato metido
en aquellas pozas cristalinas.
A
Gredos se puede subir por un montón de sitios. Desde la propia Vera, o
circunvalando la sierra de Tormantos, por el Piornal se baja al Valle del Jerte
y de allí por el puerto de Tornavacas, al Barco de Ávila…
Eso ya es
castilla, en el Barco junto al Tomes hay dos opciones ir para para Pidrahita
(ahí, en toda esa zona hay que tomar alubias y ternera de Ávila. No hacerlo
raya en el pecado mortal) o por Navacepeda del Tormes llegarte hasta
Burgohondo… De verdad que es imposible aconsejar recorridos. Yo siempre he
buscado ‘la rosa de los vientos”.
Si sales
de Cuacos de Yuste, donde suelo poner el hato, sigue carretera adelante, a orillas
de sierra. A la izquierda, hasta Arenas de San Pedro, todo es Gredos con las
diferentes denominaciones que toma la sierra. Como te decía antes, tú a “la
rosa de los vientos”. No te vas a arrepentir. Tengo para contarte como aquello
de los cuentos de Las mil y una… pues mil y una aventuras. Algunas, ahora que
ya ha pasado el tiempo y ves las cosas de otra manera ¡qué te digo! para que me
hubiesen dado un buen guantazo. Era merecido. Pero, bueno, tuvo su encanto.
Te lo recomiendo,
si puedes, llégate al Santuario de Chilla. Si es finales de verano – el otoño
llega a la sierra antes – verás como el viento bambolea las copas de los
árboles y silba entre sus ramas. No vas a ver otra cosa igual en muchos
caminos…
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