Junio, 23 lunes
Están ahítas las higueras de frutos. Chorrean miel por el ombligo y los pedúnculos pasados sostienen, a duras penas, los frutos maduros. Caen y alfombran el suelo, reventadas por los golpes. Los ciruelos de frutos sensuales, rojos, ámbar, morados son un mosaico de colores y una llamada de azúcar y miel.
Se van y se vienen los mirlos. Una bandada de pajarillos sale en vuelo despavorida, asustada. Van en todas las direcciones y siembran el cielo de bolitas, imprecisas. Pasado el peligro, vuelven. Son golosos. Tienen el alimento como reclamo y a pedir de pico, en las cumbres de las higueras. Las hojas les dan cobijo.
Me meto en la lectura de los periódicos que internet nos trae a la pantalla. Uno pierde la capacidad de asombro con el tiempo, pero la otra, la de rabia interior esa, afortunadamente, sigue en pie. Las redes sociales han sido la auténtica revolución que ha marcado el cambio de una Era hacia otra. Cuando tocaba estudiar el Renacimiento uno se asombraba de que la gente de aquel tiempo no fuese consciente del cambio que se producía. Ahora, ocurre, exactamente igual. Dentro de trescientos o cuatrocientos años los que nos estudien probablemente se asombran también de nuestros comportamientos.
Me acuerdo de Juan Ramón. Oía el rumor que se acercaba: “Son los estorninos que vuelven a los olivares, en largos bandos…” No traen -éstos - rumor a muerte. Ahora desgraciadamente sí viene un olor demasiado fuerte desde Oriente Medio y de un Oriente que está un poco más allá. Dicen que desde hoy además de Teherán se une el Estrecho de Ormuz. Es fruto del egoísmo, de la ambición y del desencuentro entre seres llamados a entenderse… Ésta viene con sigilo, agazapada y en silencio, viene montadas en drones lanzados desde cientos de kilómetros de distancia; aviones monstruos, viene a modo de muerte justificadora y es certera en sus objetivos. Se justifica con no sabemos qué, pero siempre lleva al mismo sitio: desastre, odio y destrucción.
Están verdes rabiosos los
pámpanos de las parras. No los ha quemado todavía los primeros calores del
verano. Se aguantan en el preludio de todo lo que llegará a su tiempo. Casi no
cubren los racimos que ofrecen ya cuerpo, pero aún no tienen el néctar que
atrae a los insectos. Están vestidas, se bambolean, a veces, cuando sopla el
viento de levante a media mañana, como hoy, los cipreses del camino, mientras
el hombre del tiempo informaba de una alerta amarilla; en otros sitios, color
naranja. Albores de verano...
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