miércoles, 18 de junio de 2025

Una hoja suelta del cuaderno de bitácora. No es el patio de Monipodio, pero lo parece


                     


 

Junio, 18 miércoles

 

A media mañana carean, en los manchones, las cabras. Se pierden sones lejanos de cencerras. Ladra un perro. Dentro de un rato, cuando apriete la calor porque dicen que va a apretar hay que buscar una sombra o al menos quitarse de la calle…

¿A dónde se habrán ido los chamarices, jilgueros, verderones, los mirlos…? No zurean las tórtolas; están en los rastrojos. Sube, del mar, una brisa de levante, y se ha entelerañado un poco el cielo. No tiene el azul limpio de otros días. Hay un murmullo de hojas gozosas en anuncio de savia nueva y de vida que corre por todo el campo.

Dicen los medios informativos que se afilan facas, brillan navajas chiveras y se agazapan las cuchillas de uña.  Se avecinan ajustes de cuentas en noches sin estrellas –se estrellaron antes- y en madrugadas negras de rendición de tributos establecidos. Porque tú eras –se reprochan- de los suyos. Yo te ví. Tu rosa te delata. ¿Yo? Jamás vi a ese hombre… Lo demás conocido.

Si se siguen los programas mañaneros de radio o de televisión se corre el riesgo cierto de que se agrie el desayuno. No salgo del asombro. Las preguntas se quedan sin respuesta cuando uno intenta encontrar una explicación a ciertos comportamientos. Si parte, una parte muy grande del pueblo que no habla y sufre por dentro se ve celeste para poder llegar a final de mes y para la que dicen que trabajna ¿cómo esta gente ha tenido ese comportamiento?

Un buen sueldo. Una cantidad de prebendas muy difíciles cuantificar… Coche oficial, trabajos en lugares climatizados, reconocimiento social, restaurantes de tropecientos mil tenedores, trasportes públicos gratis, dietas… ¿para qué seguir? No merece la pena. Había una copla de hace mucho tiempo que venía a decir algo así como “todos queremos más y más y más y mucho más”.

Por ahí puede ir el agua al molino, aunque claro en el patio de aquel cromo llamado Monipodio que reunía a toda el hampa de la Sevilla del siglo XVII no sabemos si había o no había molino. Lo que si había era tan poca vergüenza como parece que hay en algunos lugares de la Villa y Corte.

Acaricia el viento, las rastrojeras en las lomas.  Ya no hay barcina ni eras que aprovechan la marea para aventar, ya…Ya no quedan gañanes que canten en el campo, pero sí quedan mariposas blancas, alas de nácar, que esta mañana, como en un espurreo, han vestido los membrillos de la alberca de copos blancos.

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