ESPETOS
Escribía el maestro Alcántara: “La
frontera azul, el mar nuestro de cada día. Dánosle hoy, Señor. Señor, dánosle
siempre” Está ahí, desde no sabemos cuándo, pero seguro que desde hace
bastante más tiempo que desde ayer tarde. No me hagan caso, pero denlo por
seguro.
El padre Homero en su Odisea
dijo que por sus aguas navegó Ulises cuando volvía a Ítaca y se amarró al
mástil, ya saben por aquello de las sirenas y los cantos. Por él, también,
vinieron las traíñas de aquellas tierras que llamaban de Biblos, Tiro y Sidón a
enseñarnos cosas, a vendernos otras y a llevarse lo que les interesaban de
aquí. Un amigo, en una ocasión me dijo, que entre ellos se comunicaban con
palomas mensajeras. Claro, no me di cuenta en ese momento, era lo lógico, no
tenían internet…
Viene cada día, según qué hora
y según desde donde sople el viento, con un ropaje diferente. Se toca con
olitas de nácar como tirabuzones blancos sobre una superficie lisa y azul o con
olas que se embrabuconan, en ocasiones, y dan miedo y lo arrasan todo…
Viene a dar en el rebalaje que,
en algunos sitios, es de arena fina y pienso ahora en esas que se llevan los
temporales del Levante en la Malagueta o de los baños del Carmen, o de
chinorros de color negruzco y sueltos y me voy a las de Benajarafe, Chilches o
Benalgabón, o ese otro ocupado por cuernos de nalgas ebúrneas que vinieron a
tostarse en sus orillas… Piensen en las playas de Torremolinos, Marbella…
En todas esas playas y en otras
que, obviamente, por motivo de espacio omito, en todas, antes era un chozajo,
ahora no, ahora de obra, que se llama chiringuito le ofrecen un manjar único.
Lo han cargado de literatura, pero es algo tan sencillo como sardinas de plata
engarzadas en una caña o en un pincho metálico, doradas en las brasas sobre la
arena de una barca varada porque la pusieron allí para eso. Se llama espeto.
Un espeto que se precie debe
tener entre ocho y seis sardinas, a ser posible – es lo suyo – de tamaño medio,
ensartadas. Ojo, ensartadas, por el centro. Es muy importes para que se arqueen
con el calor de la brasa y se doren, por todos los sitios al mismo tiempo sin
quemarse.
Y, cuando termine, acuérdese,
antes de usar la servilleta que le traen perfumada, por favor, chúpese los
dedos. No lo sabe, pero se lo digo yo, usted degusta el sabor del viejo
Mediterráneo, nuestra cultura, el aroma de nuestra historia de siglos. Ah –
aviso a navegantes – la tardanza es la mala.
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