jueves, 5 de junio de 2025

Una hoja suelta del cuaderno de bitácora. Espetos

 



                                                       ESPETOS

 

Escribía el maestro Alcántara: “La frontera azul, el mar nuestro de cada día. Dánosle hoy, Señor. Señor, dánosle siempre” Está ahí, desde no sabemos cuándo, pero seguro que desde hace bastante más tiempo que desde ayer tarde. No me hagan caso, pero denlo por seguro.

El padre Homero en su Odisea dijo que por sus aguas navegó Ulises cuando volvía a Ítaca y se amarró al mástil, ya saben por aquello de las sirenas y los cantos. Por él, también, vinieron las traíñas de aquellas tierras que llamaban de Biblos, Tiro y Sidón a enseñarnos cosas, a vendernos otras y a llevarse lo que les interesaban de aquí. Un amigo, en una ocasión me dijo, que entre ellos se comunicaban con palomas mensajeras. Claro, no me di cuenta en ese momento, era lo lógico, no tenían internet…

Viene cada día, según qué hora y según desde donde sople el viento, con un ropaje diferente. Se toca con olitas de nácar como tirabuzones blancos sobre una superficie lisa y azul o con olas que se embrabuconan, en ocasiones, y dan miedo y lo arrasan todo…

Viene a dar en el rebalaje que, en algunos sitios, es de arena fina y pienso ahora en esas que se llevan los temporales del Levante en la Malagueta o de los baños del Carmen, o de chinorros de color negruzco y sueltos y me voy a las de Benajarafe, Chilches o Benalgabón, o ese otro ocupado por cuernos de nalgas ebúrneas que vinieron a tostarse en sus orillas… Piensen en las playas de Torremolinos, Marbella…

En todas esas playas y en otras que, obviamente, por motivo de espacio omito, en todas, antes era un chozajo, ahora no, ahora de obra, que se llama chiringuito le ofrecen un manjar único. Lo han cargado de literatura, pero es algo tan sencillo como sardinas de plata engarzadas en una caña o en un pincho metálico, doradas en las brasas sobre la arena de una barca varada porque la pusieron allí para eso. Se llama espeto.

Un espeto que se precie debe tener entre ocho y seis sardinas, a ser posible – es lo suyo – de tamaño medio, ensartadas. Ojo, ensartadas, por el centro. Es muy importes para que se arqueen con el calor de la brasa y se doren, por todos los sitios al mismo tiempo sin quemarse.

Y, cuando termine, acuérdese, antes de usar la servilleta que le traen perfumada, por favor, chúpese los dedos. No lo sabe, pero se lo digo yo, usted degusta el sabor del viejo Mediterráneo, nuestra cultura, el aroma de nuestra historia de siglos. Ah – aviso a navegantes – la tardanza es la mala.


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