27 de
septiembre, martes. Mañana luminosa de verano. Paseo. Entro en la
iglesia de San Sebastián. Tiene un magnífico retablo barroco. Por la linterna
entra la luz de las primeras horas del día. Huele a humedad y a iglesia vieja.
Salgo a la calle. Pido, en el ‘Flor de
brezo’, un ‘mitad’. Cara de extrañeza del camarero. Rectifico de inmediato.
-
Un café
con leche, pequeño, y un pincho de tortilla, por favor. A veces el
subconsciente…¡ya se sabe!
Por la calle Mayor ando junto
al Ebro casi recién nacido… Salgo de Reinosa. Me encamino hacia el Puerto de
Palombera. Está en la coronación. En el Campoo Alto. Serpentea la carretera.
Tiene buen piso, es ancha y a ambos lados pastan vacas de pelo canoso, de la
raza ‘tudanca’. Es el ganado de estas
tierras…
En la cima hay un coche de la
Guardia Civil. Me estaciono cerca de ellos. La pareja la forman dos hombres
jóvenes. Uno se acerca. Me saluda cordialmente, le doy los buenos días y me
pregunta qué se me ofrece.
-
Nada en especial. Verá, voy siguiendo los pasos
de una novela, una obra literaria del siglo XIX, que escribió un novelista de
aquí, bueno, de aquí exactamente, no, de un poco más abajo, de Polanco, Peñas Arriba…
Le digo que es una obra
costumbrista donde se recoge el habla y de manera descriptiva el paisaje desde
el puerto hasta la casa de Tablanca,
nombre figurado. Es una novela, agrego, casi desconocida porque ahora eso de
leer no está de moda. El hombre me esboza una sonrisa y casi me reconoce que él
tampoco lee mucho y por supuesto desconoce lo que le estoy contando…
Le digo que en Peñas Arriba, José María de Pereda
cuenta que Marcelo, el protagonista vive en Madrid y acude a casa de su tío
Celso. La descripción de los paisajes – añado - es extraordinariamente bella y
que incluso participa en la cacería de un oso y que Chisco, el criado que
acudió a recogerlo al tren en Reinosa, le va contando cosas por el camino y que
él se quedará luego a vivir en aquella tierra que acababa de descubrir…
Yo no voy a quedarme por ahora.
Quiero bajar por el Saja hacia San Vicente de la Barquera y el hombre, que me
ha aguantado con paciencia franciscana, me dice:
-
La carretera tiene muchas curvas, vaya con
cuidado…
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