domingo, 25 de septiembre de 2022

Una hoja suelta del cuaderno de bitácora. Desconocidas.


 

              Asilo de las Hermanitas de los Pobres. Málaga

 

25 de septiembre, domingo. Nos llueven noticias negativas. Guerras, insolidaridad y egoísmos… Unos se sobreponen sobre los demás. Siempre pierden los más débiles: niños y ancianos parecen que se llevan la palma.

Hay quien opta por apagar los telediarios. Me decía un amigo que un hombre desinformado es una persona sin criterio. No es el caso. Quizá sea hastío e impotencia ante tanta crueldad.

Existe, afortunadamente, otra parte de la humanidad que equilibra los platillos de la balanza. Es la gente anónima. Desconocemos sus nombres ni quiénes son, qué los mueve a actuar así, aunque si se hace un análisis profundo la horquilla puede ir desde la filantropía hasta la actuación guiada por compromisos religiosos. Le dan sentido al modo de vivir su vida o su fe.

Me viene esto a la cabeza porque, por azar, he pasado por la calle Fortuny, número 3, en la explanada de la estación, en la confluencia de calle Cuarteles – ¿se acuerdan de Casa Catalina y de aquellos cartuchos de pescado frito? – con calle Héroe de Sostoa… Antiguo barrio de El Bulto, playa de San Andrés. Allí está el Asilo de las Hermanitas de los Pobres.

Dice la estadística que una parte considerable de la población española se las anda en el umbral de la pobreza en los tiempos que corren de contenedores de basura llenos por las noches… Pues así se escribe la historia.

Las Hermanitas de los Pobres pertenecen a una asociación religiosa católica fundada en Francia en 1839. En la segunda mitad del siglo XIX llegaron a Málaga. Tuvieron la ayuda del marqués de Larios, Martín Larios y Herreros – por cierto el marqués y parte de su familia está enterrado allí – y de otros próceres malagueños de aquel tiempo. Su finalidad es prestar ayuda a los más indefensos de la sociedad: ancianos y, además, pobres.

Las Hermanitas – de las que desconocemos sus nombres, solo el de la superiora por motivos obvios, ya que no son fantasmas – acogen (en tiempos pasados, la cosa fue aún más dura) a un grupo de personas que no llegan al centenar por motivos de espacio. No venden humo. Viven de la generosidad y ayuda de Instituciones, de particulares y de un voluntariado que da lo mejor de sí mismo.

Pasamos por la puerta. El edificio, magnífico; la labor que se realiza dentro, lo supera. Son unas desconocidas. Es la gente que ayuda a que esta sociedad supere los problemas de cada día.

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