26 de
septiembre,
lunes. Se va lentamente la tarde. Se
va la luz como se va el recuerdo de un amor que fue y se perdió hace mucho
tiempo, como se fueron esos suspiros que una vez se llevó, no se sabe adónde,
un mal viento al revolver de una esquina, como se fueron las miradas que
buscaban, sin hallarlo, un encuentro.
Unas nubes que van para alguna
parte cruzan un cielo azul. En otros lugares, el cielo no está totalmente
limpio y deja una estela tenue, difusa, diluida como si quedasen sobre su suelo
el polvillo que levantaron los ángeles en sus horas de asueto en los juegos del
recreo.
Un efecto óptico parece que
muestra un reventar de olas contra los acantilados lejanos entre una medio
bruma que no es pero quiere serlo. “Las olas del mar bravío – que éste no lo es
– se estrellan contra las rocas / igual que los besos míos se estrellan contra
tu boca”. Lo decía la copla. Más de una vez y de dos, a esas horas de la
madrugada donde todo parece distinto más de una vez salió de una garanta rota.
Hay una montaña más cercana. No
tiene árboles. Es una montaña desnuda. Como se desnuda el alma cuando habla con
ella misma y se cuenta sus cosas. Son esas cosas que no sabe nadie, que no
conoce nadie, que solo queda encerrada dentro y, de vez en cuando, se escapa a
lomos de un ahogo profundo, diferente y propio.
Camina alguien por la playa.
Orilla la lengua del agua. “Como los hombres tristes – escribió un día Juan
Ramón – siendo tantos cada uno solo”. Hay una estela blanca como un encaje
primoroso de vainica doble para darle a la tarde ese toque especial que solo
tienen las cosas bellas y únicas.
Entre la arena y el agua quedan
restos de lo que el mar ha ido devolviendo, en su ir y venir constante, lo
que la tierra le dio un día. Entre los dos, tierra y mar se hablan de una manera que entre ellos solo pueden hacerlo y al igual le dice, “ahí te devuelvo lo
tuyo que yo no me quedo con nada de
nadie”.
Cae la tarde. No hay gaviotas
ni barcos lejanos que lleven sueños ni traíñas que se alejan solo lo preciso
por si en un momento hay que volver de prisa a tierra… Mar de otoño, mar de sueños.
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