22 de
septiembre, jueves. La clase de Quinto de la desaparecida E.G.B (o
sea Educación General Básica) implantada por ministro Villar Palasí, estaba en
el tercer piso de un colegio nuevo construido a las afueras del pueblo. El
edificio, muy mal orientado. En los días de invierno en las clases que daban al norte no entraba ni un
triste rayito de sol. Hacía frío; en verano el calor, inaguantable…
El maestro de Lengua era un
hombre de mediana edad, ligero de peso, serio y muy metódico. Los chavales – su
sola presencia ya ayudaba – le prestaban atención sin pestañear con un silencio
propio de los tiempos de entonces.
El hombre comenzó a explicar.
“Las personas y animales se distinguen entre sí por el sexo. En las personas se
distingue entre hombre y mujer; en los animales entre macho y hembra. Las cosas
no tienen sexo…
Los chavales atendían. Las
moscas seguían su cometido de revoloteo sobre las cabezas… Algunos miraban por
los ventanales a las tórtolas turcas que se posaban en los pimpollos de los
cipreses del jardín del colegio o desparramaban la vista por los montes
lejanos…
El determinante, continuó el
maestro, da a conocer el género y así “el” nos dice que es masculino; “la”, femenino.
“Las palabras – les dijo – se transforman cuando cambian de género… Por
ejemplo: el león, la leona; el canario la canaria…
El hombre seguía con su manera
de llevar hasta el personal el tema y para amenizar preguntó:
-
A ver, de gato…
-
Gata, maestro… ¡Muy bien!
-
De niño…
-
Niña…. ¡Fenomenal!
Prosiguió. Hay palabras, sin
embargo, que son diferentes para designar el género masculino y el género
femenino y así tenemos que de ‘toro’, el femenino es vaca; de ‘carnero’, oveja;
de caballo, yegua; de padre, madre…
En otras, la palabra es la
misma. Para diferenciarlos le agregamos, “macho” o “hembra” y así nos dirá si
es masculino o femenino. Por ejemplo: “gorila macho”; “águila hembra”
Señaló, a al azar, a uno de los
que miraban por la ventana. Si yo te digo:
-
Elefante ¿Cuál es su femenino?
Otro, de los que también
estaban más en el paisaje de la calle que en la clase, interrumpía con
vehemencia:
-
Yo, maestro, yo…
-
A ver…
-
De elefante…“La ilifanta Elena…”.
El
maestro no dijo nada. Entre labios, se escuchó: ¡niño que me vas a buscar una
ruina…!
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