viernes, 23 de septiembre de 2022

Una hoja suelta del cuaderno de bitácora. Se van...

 

                                      


23 de septiembre, viernes. El otoño ha llegado vestido con ropaje de verano. Dice el hombre del tiempo que ha sacado las nubes del armario y que se las ha puesto para andárselas por los montes de Galicia y por la cornisa cantábrica. Dice también, que se ha echado sobre los hombros el ropaje de gotas frías para darle un vistazo a las costas del Mediterráneo. Por Canarias, aquellas islas – donde rompe la espuma de nácar del Atlántico -  que de vez en cuando dan un susto con sus volcanes, parece que la cosa pinta con agua abundante…

Se ha corrido la voz entre las aves, esas que se vienen por temporadas a nuestras tierras y saben que tienen que recoger los bártulos porque ahora toca pasar el invierno – cuando vengan los fríos, claro – en tierras lejanas. Esas tierras están al sur, al sur del sur, al otro lado del mar, más allá de los desiertos de arenas calientes donde las estrellas, porque su atmósfera está limpia, parecen que pueden desgajarse del Universos con los dedos de la mano…

Han repartido los boletos de partida. Tienen recogidas ya las ropas las águilas culeras y los moritos, y los aguiluchos cenizosos, lavanderas, terreras, águilas calzadas…Sobrevuelan los arrozales que esperan – antes la hoz – ahora las maquinas cosechadoras. En otro tiempo venían muchachos de la Sierra y de más allá de la Sierra y daban lo mejor de ellos mismos en la siega de la mies blanca.

Ya está granado el arroz. Me decía alguien que sabe de la cosa que se siega a finales de septiembre, pero aquel que se sembró un poco más tardío llega hasta la mediación de octubre, cuando ya el otoño tiene mando en plaza, las noches se alargan y comienza a aparecer el rocío – el otro está allí siempre - mañanero.

Antiguamente la marisma – cuando llovía como tenía que llover – ya hacía acopio de agua en sus carrizales y en sus islas “¡Donde se fueron los moros que no se quisieron ir” (eso lo decía Fernando Villalón) pastaban aquellos toros que él quería de ojos verdes… Ya se sabe hay caprichos como los del amor que no se consiguen y llevan a la ruina. Lo que sí se consigue – eso lo dice el maestro Barbeito – que en las noches limpias los luceros sean alamares en la oscuridad y los toros conviertan las babas de su bravura en telarañas de miedo…

 

 

 

 

2 comentarios:

  1. Muchas gracias, querido Pepe. Al leer lo último, ya no me acordaba de que era mío. Es más, me ha sonado tuyo. Ya ves qué alegría... Un abrazo, amigo.

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  2. Igualmente. Es tuyo. Al César lo que es del César...

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