23 de septiembre, viernes. El otoño ha
llegado vestido con ropaje de verano. Dice el hombre del tiempo que ha sacado
las nubes del armario y que se las ha puesto para andárselas por los montes de Galicia
y por la cornisa cantábrica. Dice también, que se ha echado sobre los hombros
el ropaje de gotas frías para darle un vistazo a las costas del Mediterráneo.
Por Canarias, aquellas islas – donde rompe la espuma de nácar del Atlántico - que de vez en cuando dan un susto con sus
volcanes, parece que la cosa pinta con agua abundante…
Se ha corrido la voz
entre las aves, esas que se vienen por temporadas a nuestras tierras y saben
que tienen que recoger los bártulos porque ahora toca pasar el invierno –
cuando vengan los fríos, claro – en tierras lejanas. Esas tierras están al sur,
al sur del sur, al otro lado del mar, más allá de los desiertos de arenas
calientes donde las estrellas, porque su atmósfera está limpia, parecen que
pueden desgajarse del Universos con los dedos de la mano…
Han repartido los
boletos de partida. Tienen recogidas ya las ropas las águilas culeras y los moritos, y los aguiluchos cenizosos,
lavanderas, terreras, águilas calzadas…Sobrevuelan los arrozales que esperan –
antes la hoz – ahora las maquinas cosechadoras. En otro tiempo venían muchachos
de la Sierra y de más allá de la Sierra y daban lo mejor de ellos mismos en la
siega de la mies blanca.
Ya está granado el
arroz. Me decía alguien que sabe de la cosa que se siega a finales de
septiembre, pero aquel que se sembró un poco más tardío llega hasta la
mediación de octubre, cuando ya el otoño tiene mando en plaza, las noches se
alargan y comienza a aparecer el rocío – el otro está allí siempre - mañanero.
Antiguamente la
marisma – cuando llovía como tenía que llover – ya hacía acopio de agua en sus
carrizales y en sus islas “¡Donde se fueron los moros que no se quisieron ir” (eso
lo decía Fernando Villalón) pastaban aquellos toros que él quería de ojos
verdes… Ya se sabe hay caprichos como los del amor que no se consiguen y llevan
a la ruina. Lo que sí se consigue – eso lo dice el maestro Barbeito – que en
las noches limpias los luceros sean alamares en la oscuridad y los toros conviertan
las babas de su bravura en telarañas de miedo…
Muchas gracias, querido Pepe. Al leer lo último, ya no me acordaba de que era mío. Es más, me ha sonado tuyo. Ya ves qué alegría... Un abrazo, amigo.
ResponderEliminarIgualmente. Es tuyo. Al César lo que es del César...
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