16 de
septiembre, viernes. La tarde anterior habían repicado las campanas
de la catedral y de Santa Ana. Desde el montículo del Baratillo se dispararon salvas
de bienvenida. La nao Santa Catalina,
había remontado el río desde Sanlúcar y estaba atracada en el puerto…
Dos hombres salían de la
taberna de Antonello, “el Genovés”,
que estaba en la Alameda de Hércules, en el centro del barrio del Arenal. En la taberna servían vino aguado y expedía
hacia la calle un olor acre y penetrante. Hablaban entre ellos:
-
Ayer arribó una nao. Viene bien repleta de la
plata de Potosí…
-
Eso cuentan. Dicen, también, que trae oro, y
gemas, y especias y cacao…
Los muchachos – entre los doce
y trece años – vivían en la calle. Se habían escapado de la inclusa donde mal
vivieron hasta que, cuando andaban por los siete mal contados, se escaparon una
mañana. Nadie los echó de menos; tampoco, nadie los buscó. Había más ‘aspirantes’
a un puesto que plazas en aquel lugar inmundo.
De noche se cobijaban, con
otros como ellos, bajo los arcos del acueducto de Carmona. Sabían de las peleas
callejeras y de sobrevivir en la huida a
los guardias cuando, porque la cosa se había puesto seria, emprendían redadas
contra los harapientos, y desheredados de la sociedad. Vivían de la limosna,
del hurto a los descuidados, de las sobras del mercado.
Los muchachos deambulaban por
las calles polvorientas. Bajaron, bordeando la muralla, hasta la torre de
Abdelaziz, pasaron por delante de la Puerta del Carbón y luego, cruzaron por la
Herrrería del Rey. Junto a la Torre de Oro que comunicaba con el Alcázar, Miguelato, que así se llamaba, le dijo a
su compinche:
-
Algún día parte de ese oro de América será...
Cada año partían dos
expediciones, en abril hacia Veracruz, y en agosto hacia Nombre de Dios y Portobelo, en Panamá. El pilluelo había intentado embarcarse pero
por la edad lo rechazaban. En su andar hacia ninguna parte pasaron por delante
de la Atarazanas que era un hervidero y por la Casa de Contratación. Allí se
fraguaba todo lo que tenía que ver con las Indias.
En las gradas de la catedral, a
las espaldas, de Patio de los Naranjos, otros dos muchachos, un poco mayores
que ellos, Rinconete y Cortadillo, se repartían los maravedís obtenidos de la
venta de una camisa blanca birlada a un francés…
Sevilla era la ciudad más rica
de España y también donde más pobres había…
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