lunes, 9 de agosto de 2021

Una hoja suelta del cuaderno de bitácora. El poder de la palabra

 

 

                         


Caleruega es un pueblo que hoy no llega a quinientos habitantes entre la Sierra de la Demanda y la Ribera del Duero, en la provincia de Burgos. Gumiel de Izán solo lo supera en puñado de censados, y en la proximidad a Aranda de Duero, la ‘capital’ de la comarca. Entre ambos transcurrió la infancia y la juventud de uno de los hombres más influyentes en la Historia de la Iglesia.

Domingo de Guzmán nació en Caleruega en 1170 (ocho de agosto) y murió en Bolonia, Sacro Imperio Romano Germánico en 1221 (seis de agosto) solo dos días antes de cumplir los cincuenta y un años. Fundó la Orden de Predicadores ‘Dominicos’, para combatir la herejía de los Cátaros extendida por el sur de Francia.

En su juventud, fue formado por un tío suyo, cura de Gumiel de Izán, hermano de su madre. Su familia, profundamente religiosa. Su madre y un hermano son reconocidos como beatos por la Iglesia.

Pasó por Palencia y Osma donde ocupó cargos relevantes en sus obispados dedicados a su formación personal, primero, y luego a los de los demás. Desarrolló también trabajos en embajadas diplomáticas, en Dinamarca y Roma para el rey de Castilla, Alfonso VIII. La creciente herejía de los Cátaros le impulsó a fundar una Orden que la combatiese con la palabra. Viajó varias veces a Roma, una de ellas como asesor del obispo de Toulouse, al IV Concilio de Letrán. Le ofrecieron por tres veces, y todas rechazadas,  mitras episcopales en Conserans, Béziers y Cominges.

A Santo Domingo de Guzmán se le atribuye también la difusión del rezo de rosario (150 Ave Marías) que el pueblo analfabeto repetía al no poder leer los salmos de las horas canónicas que se rezaban a lo largo del día.

La leyenda dice que el perro con la antorcha encendida en la boca, fue fruto de la lectura de un sueño que su madre había tenido y que interpretado por Santo Domingo de Silos, cercano a su pueblo, y donde había establecido una comunidad de Benedictinos. Le predijo que su hijo sería el difusor del ardor de la palabra emanada de Dios. También se usa en su simbología una azucena, pureza en su vida  y una estrella, sabiduría de Dios.

La Orden de Predicadores o Dominicos es una de las grandes Órdenes de la Iglesia.

 

 

 

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