Es vieja en el espacio y nueva
en el tiempo. Su construcción comenzó – acaba de cumplir 130 años - en el siglo
XIX y la última remodelación en este XXI
El nombre se lo da el II
Marqués de Larios, Manuel Domingo Larios y Larios y, en Málaga, porque aquí
somos así, la hemos dejado solo en el apellido, y es Calle Larios.
El marqués fue un prócer del
siglo en el que Málaga tuvo un desarrollo industrial importante. No solo los
Larios, también otras familias venidas de otras tierras, impulsaron el crecimiento.
Apellidos como Heredia, Livermore, Crooke, Loring, Álvarez…, hoy muchos en el
recuerdo; otros en el olvido, fueron los pilares en una Málaga de entonces que
desembocó en la de hoy.
El centro urbano era un dédalo
de calles estrechas, que formaban, entre ellas, una tela de araña impenetrable.
La insalubridad, la carencia de aguas corrientes, y la falta de higiene, en
muchos casos, fue un foco y nido de infecciones que arrasaban periódicamente a
la población residente.
Un consorcio – entonces no se
llamaba así – decidió abrir una arteria que comunicase la Plaza Pública, hoy
Plaza de la Constitución, donde estaba el Ayuntamiento y otras instituciones con
el mar del que venían las brisas y el aire que purificaba todo aquel ambiente
mal oliente y lleno de suciedad. Otras arterias comunicarían Molina Larios
(éste fue un obispo ilustre sin ninguna relación con la burguesía del XIX con
Capuchinos, y calle Granada con la Victoria. No tuvieron el éxito deseado, en
fin, cosa que pasan.
No fue fácil desde el
principio, quiebras – algo tuvo que ver el marqués de Salamanca que sí era
malagueño, en el asunto – y fueron los Larios, concretamente Manuel Domingo,
que hoy desde una estatua, en mármol blanco, obra de Benilliure ve cómo pasa el
tiempo y las modas y… por delante de él.
La calle Larios da para mucho.
Belleza serena, paisaje urbano diferente, paso obligado de tórtolas y tórtolos
en otro tiempo. De sus muchas anécdotas que se pueden recoger está aquella del nota
que se sentaba en La Cosmopolita, esquina de Larios con Liborio García y que
puso un cartelito sobre su mesa: “Ni me limpio los zapatos, ni compro lotería”.
En La Cosmopolita – que también se ha llevado el tiempo – decía el maestro
Alcántara que la gente se citaba de “siete a nueve”. Pues eso.
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