Ha venido a modo de brisa
extraña. Ha llegado de tierra muy lejana. Nadie lo esperaba y el factor
sorpresa se ha apoderado de mucha gente, casi desconcertada por la decisión. ¡Era
tan inusitada! Estamos tan poco acostumbrados a que ocurran cosas, así que
cuesta dar crédito.
Al hombre lo habían cesado en
las responsabilidades de su cargo a primeros de agosto. Aquello de a ‘rey
muerto, otro en su puesto’, ya se había producido y el sustituto tenía el
nombramiento. Vamos, que conocemos su nombre y apellidos.
Kabul, capital de Afganistán,
acoge al Cuerpo Diplomático. Gabriel Ferrán Carrión ocupaba el cargo de Embajador
en la máxima representación española hasta el día 3 en que fue cesado por
nuestras autoridades. Un avión A-400M del Ejército del Aire repatriaba a los
españoles y colaboradores de aquel polvorín donde ha estallado el caos de la
guerra…
Había plazas libres en el avión
y va el hombre y dice que no se sube, que se queda en tierra hasta ser el
último entre los que vuelvan al lugar seguro. La imágenes del aeropuerto y del
país son para echarse a temblar. Y dice que él permanece para garantizar la
salida de todos…
Este hombre es hijo de
diplomático. Su padre fue el primer Embajador de España ante la Comunidad, y uno
de los firmantes del tratado de adhesión. O sea, que como asevera el refranero
“ de casta le viene al galgo”.
En una ocasión, escuché a un
corresponsal de guerra diciendo, que cuando los conflictos estallan, los que se
quedan y no abandonan son la Cruz Roja y los Misioneros. Ahora, a la lista hay
que añadir a un Embajador de España y diecisiete policías que intentan sacar al
resto. Desconocemos el número de religiosos españoles que pueda haber en
Afganistán. Probablemente no lo sepamos
nunca, pero si los hay, no me cabe la menor duda que tampoco se han
vuelto.
En esta sociedad donde los
valores han bajado muchos escalones, noticias como estas son una llama de
esperanza para saber que todo no está perdido, que hay gente íntegra, muy
honesta donde su deber, incluso cuando ya no tiene obligaciones, se impone a un
comportamiento lícito y por supuesto entendible, pero que sin lugar a dudas,
cantan que son de otra pasta y que a ellos los mueve otro aire.
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