jueves, 26 de agosto de 2021

Una hoja suelta del cuaderno de bitácora. Horas de la siesta

 


Los abejarucos aprovechaban las corrientes térmicas. En el cielo, que a esas horas no está tan azul como a primeras horas de la mañana, describían círculos concéntricos y, a veces, se elevaban y otras bajaban hasta casi dejar que desde el suelo se divisase su plumaje azul, amarillo, rojo, violeta…

En los charcos pequeños, diminutos, junto al pilar del pozo, un enjambre de tabarros tomaba buches de agua como solo pueden tomarlo esos insectos que revolotean en un vuelo sin sentido. Era el agua que se escapaba resumida por entre las rendijas de una obra vieja, de años, que nadie reparaba, pero que cuando la necesidad lo mandaba, un hombre repellaba con una mezcla hecha con cemento y arena hasta que, pasado otra vez el tiempo, se estropeaba. Era algo cíclico. Nunca se terminada aquel arreglo de parcheo.

Era un pozo grande, profundo, con agua de sabor diferente que solo tomaban las bestias que pasaban por el camino  en un descanso obligado. Zureaban las palomas en el interior, con arrullos que el eco agrandaba y que, en el fondo, cantaba que aprovechaban el fresco en esa horas tórridas donde se refrescaban por pura necesidad.

En la costera de la loma, alguna cogujada levantaba el vuelo. Era un vuelo entrecortado, abriendo y cerrando la alas, cada vez que tomaba impulsos. Era un vuelo distinto a como vuelan otros pájaros y emitían un sonido diferente que no se podía llamar canto y sí una manera de anunciar que ellas estaban en un territorio que tenían como propios. En la noches frías de invierno, por el contrario, se mimetizaban junto a los terrones y buscaban el cobijo necesario contra el helor de la madrugada, pero ahora, en lo más granado del final del verano, eran dueñas de los barbechos que tenían por suyos…

Dormitaban los gatos a la sombra de la parra. Todo en el campo estaba bajo un sopor denso, impenetrable. Era un silencio impuesto, de esos que tardan en romperse. La naturaleza se hallaba a gusto en el trascurrir de las horas lentas, muy despacio, sin la prisa que el reloj tiene en otros momentos del día.

No circulaban los trenes, no pasaba nadie por el camino. Todo era lento, plomizo en la siesta. A lo lejos, se escuchaban los gritos de los niños que chapoteaban en la alberca junto a los olivos viejos…

 

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