sábado, 25 de julio de 2020

Una hoja suelta del cuaderno de bitácora. Perdido



                                          


Sintió algo por dentro desconocido. Nunca se había enfrentado a una situación como la que estaba viviendo. Las palabras resonaron con una fuerza diferente y parecía que venían - ¿o es que realmente sí venían? -  como de otro mundo, y se grabaron sobre su alma como graban a fuego en la piel de la res, durante el herraje en el campo, una fecha:

-         “Por favor, no vuelvas a dirigirme la palabra nunca más”.

Salió sin decir nada. Estaba desconcertado, perdido. Bajó las escaleras despacio, esas escaleras que se bajan sabiendo que nunca se volverán a subir, porque no hay marcha atrás. Se sentía arrojado del paraíso cuando a él, otras veces…

Por las ventanas de los rellanos,  entre los pisos, entraba una luz tibia,  porque el sol se ocultaba detrás de los edificios y las sombras se alargaban en las aceras y llegaban hasta la calzada. Todos los escalones les parecían obstáculos que le dificultaban aún más escapar de todo aquello.

Alcanzó el portal. El portero, en su garita, leía o miraba no sé sabía qué con las gafas a media nariz, sin percatarse de la realidad que tenía al otro lado de la cristalera. Tres escalones de mármol frío lo acercaban a la calle…

La Gran Vía era un hervidero. A todas horas del día, aquella arteria era un murmullo constante de gente que iba y venía. En una ocasión, había leído que a Madrid acudía todos los días una población flotante cercana al millón de personas. Le había parecido una exageración, pero cuando de pronto se topó con aquella multitud, le pareció que todo lo que había leído era verdad.

Deambuló por las calles. Pasó por delante del Instituto Cervantes, giró en la calle Marqués de Valdeiglesias, torció por la de las Infantas y luego por la calle de la Libertad, Augusto de Figueroa y Hortaleza…

Andaba sin rumbo. No leía los rótulos en las fachadas y se cruzaba con la gente. Entró en un cabina de teléfonos en la esquina de la calle del Príncipe con la Plaza de Canalejas y marcó… Esperó un momento:

-         ¿Esto es un adiós definitivo o el fruto de un berrinche?, lo pregunto, dijo, para saber a qué atenerme.

-         De momento, le contestó, no quiero hablar contigo…

Entonces lo entendió todo… Supo, de verdad, lo que era estar perdido.







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