lunes, 20 de julio de 2020

Una hoja suelta del cuaderno de bitácora. A la sombra




                                    



Sentado a  la sombra de la higuera, hago un alto en la labor. Me acuerdo de los versos de Manuel Machado: “Quema el sol, el aire abrasa”. Mañana de mes de julio, el cielo, limpio. Acuden los tordos, en bandadas, en la busca de la fruta madura.

La higuera llegó al Mediterráneo desde la parte más occidental de Asia. Es un árbol de hoja caduca y de mediana altura, de madera blanca y blanda, que da brevas e higos y algunas, las dos cosechas. A esas se les llama bíferas. La brevas viene por san Juan de junio, los higos cuando ya está bien entrado el verano. Tiene la corteza de color grisáceo El refranero no la trata muy bien: “la leña de higuera, que la corte mi hijo y la queme mi nuera.

Es un árbol que aparece en el Evangelio y es maldecida por Jesús. Es uno de los pasajes que inducen a confusión, porque la maldición le viene porque no tiene fruto…

Aparece en la obra de numerosos autores. José Antonio Muñoz Rojas en Las cosas del campo dice: “Ahí tenéis a la higuera. Las ramas que peló el invierno, caen graciosamente curvadas de los troncos cenizosos (…)”

Miguel Hernández, en una de las elegías más bellas escritas en nuestra lengua y en la que llora la muerte de su amigo Ramón Sitgé, escribe: “Volverás a mi huerto y a mi higuera / por los altos andamios de las flores / pajareará tu alma colmenera”.

En otra elegia, Llanto por la muerte de Ignacio Sánchez Mejías, el torero de la Generación del 27, Federico García Lorca, llora con todo su dolor de amigo: “No te conoce el toro ni la higuera, / ni caballos ni hormigas de tu casa./ No te conoce tu recuerdo mudo / porque te has muerto para siempre”.

Otro poeta del campo, Antonio García Barbeito, aunque en este caso lo hace en prosa, en De lo cercano habla de la higuera: “Podíamos cruzar el campo de parte a parte, todo el término un gran territorio, y podíamos ir de un pozo a un cercado, de una huerta a unas higueras, de un olivar a una era, sin que nada, acaso una linde alta, acaso una valla alambrada pero de fácil paso, acaso un portillo sin más llaves que un par vueltas de alambre, se nos impusiera”.

Sentado a su sombra, dejo que pase el tiempo…








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