Hans Christian Andersen vino a
España en 1862. Llegó en septiembre, y estuvo hasta diciembre, o sea desde
finales de verano hasta el comienzo del invierno. Pasó por Málaga en octubre.
Arribó en barco y se hospedó en la “Fonda de Oriente”, en la Alameda.
Cuenta en su relato que hacía
calor, mucho calor, “el sol ardía implacable”. Tomó contacto con algunas
personas de la ciudad y captó porque era un gran observador el pulso de la
ciudad en sus construcciones civiles, en sus jardines y en sus gentes.
Dice que vio como desembarcaban
otros pasajeros de barcos cercanos al suyo, y mercancías que salían del puerto.
“Remeros y muchachos vestidos de harapos
esperaban en sus barcas el momento de transportarnos a tierra…”
Toma nota cómo la gente paseaba
por la calle y habla del arreglo con que las mujeres - “una mujer malagueña / tiene en sus ojos el
sol….” - salían a la calle, con mantillas negras, mantones de colorines”, y
agrega, “señoritos a pie o a caballo,
labriegos y cargadores”. Capta que en la ciudad “todo era vida y animación”.
Cuenta que hay puestos callejeros
donde venden higos, pasas, chumbos, uvas y curiosamente castañas que no deja de
asombrar puesto que la castaña es un fruto más propio de bien entrado el otoño
y no en tiempo de calor como Andersen dice que hacia durante su visita a Málaga
anotando que mitiga el sol con un toldo de lona en su balcón que no le impide
ver cómo pasea la gente por la calle “y el mar, dice, de fondo”.
Insiste en el calor. “Pasé calor;
es que en Málaga el calor era extraordinario…”, destaca la figura de la
Catedral que se eleva sobre el caserío y las ruinas de la Alcazaba coronada por
Gibralfaro. Habla del Guadalmedina, seco de agua y por el que transitó a
caballo…
Deja uno de los halagos mejores
que puedan firmarse en un libro de visitas, en este caso un libro de viajes, Viaje
por España: "en ninguna otra
ciudad española he llegado a sentirme tan dichoso y tan a gusto como en
Málaga".
El Ayuntamiento, en colaboración con la Casa
Real danesa, acordó colocar una estatua,
obra de José María Córdoba, de este viajero empedernido, nacido en Odense,
Dinamarca, que a todos nos engatusó con sus cuentos cuando éramos niños.
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