jueves, 9 de julio de 2020

Una hoja suelta del cuaderno de bitácora. Por medio del Paraíso...


        

        
                          



Málaga lo despidió una mañana lluviosa de primavera. Los pocos que asistieron a su entierro no se atrevieron a entrar en La Corcha ante el temor de dejarse los zapatos perdidos en el lodazal y esperaron abajo, a las afueras. Solo los empleados de la funeraria y un mujer – siempre la mujer – que rompió moldes accedieron hasta su última vivienda.

Salvador Rueda, a quien Málaga había dejado morir casi en la necesidad más grande, nació en la Axarquía, en Benaque (1857), en las cercanías Macharaviaya, donde el poderío de la familia Gálvez había dejado su impronta en la economía local con la Real Fábrica de Naipes y en la magnificencia de su templo parroquial que servía de panteón a tan poderosos señores.

Él, era hijo de campesinos. Desde niño apuntó a otras miras. La poesía fue su norte y marcó de tal manera su quehacer que hoy se le considera como pilar fundamental y precursor del Modernismo. Anduvo por Madrid donde trabajó en las Gaceta de Madrid. Viajó por Hispanoamérica y fue coronado como poeta exceso (1910), en La Habana.

Tuvo contactos con algunos de los escritores más importantes de su tiempo: Núñez de Arce, Campoamor, Valera… Clarín, Rubén Darío de quien se dice que “bebió” tanto de su obra que en algunos momentos casi la hizo suya y Unamuno  que prologaron tres de sus libros: Cantos de vendimia, en 1891, En tropel en 1892 y Fuente de Salud en 1906.

Con el cordobés Manuel Reina creó una estética literaria bautizada como Colorismo que tuvo gran influencia en poetas de la talla de Juan Ramón Jiménez o de Francisco Villaespesa.

Colorido, musicalidad, ritmo, originalidad… La naturaleza de la que se había empapado en su tierra de Benaque aparece como tema de  inspiración, tanto en verso como en prosa donde describe con asombrosa brillantez la geografía de su tierra andaluza.

Nos deja ésta asombrosa descripción: “ Cuando se llega a los Gaitanes, y se entra en el Valle de Álora, y se atraviesa por aquella sucesión de granados, chumberas, naranjos, perales, plátanos, moreras, olivos, eucaliptos e higueras, como si se atravesar por medio del Paraíso, no hay átomo de mi cuerpo que no se remueva ni nervio que permanezca insensible”.





                                                                                                      

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