Juan
Calderón Rengel, don Juan, para los muchachos que nos acercábamos a beber en la
fuente de su sabiduría. Hombre amable, siempre atento a escuchar a los que más
de una vez y de dos acudíamos para pedirle un dato, consultarle un texto,
departir con él, salvando naturalmente, las distancias que nos separaban.
Nació en Álora en 1915 y falleció en 1989. Fue un escritor costumbrista
que publicó “Álora, sus gentes y sus cosas”, en tres volúmenes, y donde
dio a conocer las peculiaridades e idiosincrasias de los perotes, escudriñando
en su manera de responder a todos las cuestiones que presentaba la vida.
Tomás Salas dijo de él: “La gracia de esta
escritura, su sensibilidad, su humor y su humanismo la hacen un ejemplo de
costumbrismo, que sabe ser popular sin caer nunca en el chiste fácil o el
detalle chabacano. Hoy podemos leer estos textos como la elegía de un tiempo
que se nos ha ido, y de un mundo que, inexorablemente desaparece”.
Ejerció
como docente durante muchos años en la vetusta escuela de la Plaza Baja, que
aún no se llamaba de “la Despedía”. Su aula estaba en el rincón del patio junto
a la escalera que permitía el acceso al piso superior.
Licenciado
en derecho, tuvo bufete abierto hasta su muerte. Experto flamencólogo, fue uno
de los fundadores de la Peña Flamenca de Álora a la que dio el lema: “No hay
lenguaje como el cante”. Como conferenciante, fue un hombre de verbo fácil y
asequible a todos los públicos, lo que daba una especial brillantez a sus
disertaciones. Su pueblo, por acuerdo de la Corporación Municipal, le dedicó
una calle en el sector del Nuevo Acceso, paralela con la calle Cantarranas.
Nos vio así:
“La
Perosia son sus gentes, sus gustos y aficiones, su gracia y su sal, su sol y su
cielo, su clima, su azahar, sus naranjos y limoneros, su historia y su leyenda,
su cante y su baile… En fin, su ‘qué’ y su ‘porqué’. Álora es un pueblo viejo y
siempre remozado, cargado de desidias y lleno de impulsos generosos, indolente,
sentimental, inconstante, apasionado, desprendido, despreocupado. Los defectos
y virtudes anidan aquí sin reojos ni incompatibilidades, con complacientes
concesiones mutuas, en una maravillosa y rara armonía”.
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