Se llamaba Benjamín y era de
Tudela. Vivió en el siglo XII y se adelantó en casi cien años al gran viajero
de todos los tiempos, Marco Polo, el mercader veneciano que llegó hasta las
tierras lejanas de China. Este judío navarro realizó una odisea menor en el
tiempo – duró siete años – pero llena de información.
¿Quién era Benjamín?
Probablemente un mercader que comerciaba con joyas y piedras preciosas. Hizo un
recorrido por toda la cuenca mediterránea y se convirtió en el mejor informador
de toda la comunidad judía de su tiempo. Se le puede considerar como el autor
del primer censo de los judíos en la Edad Media.
Hijo de un rabino, nació en 1130.
Treintañero, en 1165 o 1166 se echó a andar por el Mediterráneo, visitó Roma,
se asombró con Constantinopla, estuvo en Bagdad, Jerusalén y Egipto, y por
Sicilia volvió a España con una información excepcional después de visitar casi doscientas ciudades y pasar por
muchos peligros.
Le asombró Roma pero le impactó
más Constantinopla de la que cuenta, de manera exhaustiva, cosas tan
interesantes como sus fiestas, sus formas de vida y sus costumbres porque:
“escribió todas las cosas que vio y oyó de boca de hombres veraces”. Dice que
allí la comunidad hebrea está expulsada al otro lado del mar y solo tiene
acceso Salomón, el egipcio, porque es
“el médico del rey”.
En Bagdad, donde vivía un número
muy considerable de judíos, que tienen como líder a Daniel, rezan en 28 sinagogas,
y conoció al Califa que “No
quiere sacar beneficio sino de su trabajo manual, y hace esteras que marca con
su sello; sus dignatarios las venden en el zoco, y las compran los magnates del
país”.
De
Jerusalén dice que: “Allí está la gran iglesia que llaman Sepulcro; allí
está sepultado aquel Hombre al cual acuden todos los peregrinos”. Y que hay
caballeros que salen a guerrear cada día. Cuenta, también, que es una ciudad
multirreligiosa: “Hay en ella muchas personas; los ismaelitas les llaman
jacobitas, armenios, griegos, georgianos y francos, así como gentes de toda
lengua”.
En
Egipto le asombraron las pirámides. Las consideró una obra de encantamiento.
También quedó asombrado por otros grandes restos arqueológicos como la Torre de
Babel o el palacio de Nabucodonosor. Benjamín de Tudela, un
Marco Polo del Siglo XII. Todo quedó reflejado en un Libro de Viajes.
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