Cielo de atardecer. Callejuela… con salida. No, no
es la aquella que escribieron para doña Juana Reina, Rafael de León y el
maestro Quintero: “Callejuela sin salida,
/ donde yo vivo encerrá, / con mi pena, mi alegría,/ mi mentira y mi verdad”. No;
no es esa.
Está entre
Erillas y Juan Naranjo; un poco más allá de pasar, casi al terminar la baranda
que protegía la calzada donde estaba el molino, “el molino de Juanito”, conforme
se viene de la Veracruz. Juanito, el molinero siempre tenía su boina enharinada;
Isidoro, el ayudante, trajinando de un sitio a otro.… Ahí, ahí arranca.
La Callejuela, Callejuela de Padilla tomó el nombre
de su vecino más ilustre. El presbítero Alonso de Padilla en la mediación del
siglo XVIII. Le sobran años y raíces en la historia; le falta longitud en el
espacio callejero. Solo unos metros; muchos recuerdos.
El clérigo dotó la puerta de entrada a su casa con una notable
portada de piedra de inspiración herreriana. La flanquean dos pináculos; la corona
un blasón elíptico en el que figura la inscripción: IHS (Iesus Hominum Salvator, Jesús, Salvador de los hombres).
“Niños, nos decía
Juana, Juana Sánchez, la vecina de enfrente, no os vayáis en las noches de
invierno a la Callejuela, que salen fantasmas”. La Callejuela estaba siempre
solitaria.
El aire arreciaba por las equinas. Entraba derechito.
Iba a su antojo de calle a calle y cuando soplaba con fuerza movía la bombilla
tenue y solitaria, la mayoría de las
veces fundida, que pendía casi desde la altura del balcón de la casa de María
Pérez…
La Callejuela era nuestro refugio de juegos. La
fábrica de gaseosas, porque en esa misma casa, Cristóbal Pérez, el alcalde que
puso el agua potable en las casas del pueblo, tuvo una ‘industria’ de bebidas
carbonatadas para servicio de bares y muchos recovecos para juego de los niños
cuando Félix repartía la mercancía…
En esa misma casa, ahora, restauran a caminantes que
aprecian la calidad de los manjares, ávidos de una cocina diferente y un
servicio muy por encima de la media de muchos kilómetros a la redonda. Entre
dos luces… cae la tarde. ¿Cerrado? Abierto al arte de una fotógrafa
excepcional. Se llama Marilina, ¡ah!, y el restaurante, Casa Abilio…
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