La tarde está lenta; fuera hace calor; mucho calor. El
termómetro marca 38º. El hombre del tiempo dice que en el Valle del
Guadalquivir lo tienen aún peor: han superado, con creces, los 40º. A nosotros
nos tocó hace unos días.
Los pámpanos de la parra están atabacados. “Eso, me dijo mi vecino Paco, es por las
calores de los otros días”. Paco no sabe que no es por eso; no. La culpa la
tiene un hongo con nombre de maullido de gato: mildiu.
El hijo de puta como tiene las ideas de un cable
caído va y ataca a los órganos verdes; o sea, a la hojas, al tallo y a los
racimos que están espléndidos. Hace bueno el dicho: “a gato viejo, rata tierna”.
No, no tiene mal gusto. Solo se deja ver cuando ya ha hecho el daño.
Un poco más allá un ejército de insectos liba en los
ombligos de los higos que chorrean miel. Los higos compiten entre ellos por
alcanzar la madurez óptima. La consiguen poco a poco conforme mandan eso que
llamamos leyes de la naturaleza. Las abejas tienen unos adversarios duros en el
mismo campo: mirlos y estorninos reclaman su porción de tarta.
La brisa suave bambolea las banderas de los limones.
“Parece que se mueve algo”, sí contesta el campo: no se ha echado el levante. Las “malagueñas” –
en el campo al aire de levante, se le conoce con ese nombre – se levantan
tarde.
En otras
zonas, al norte de la Sierra del Valle, al levante lo conocen por solano y
granaíno. Es un viento fuerte; revuelca los trigos y mueve con fuerza las ramas
de los olivos; se agarran con fuerza las aceitunas que ya tienen cuerpo. Nubes
de polvo alcado corren el camino.
El sol se aferra para no irse a las lomas de Virote;
cruza un AVE por el viaducto del arroyo
de la Piedras. Constantemente pasan trenes que van a alguna parte. Yo no sé
cuál es el destino de esos trenes. Tengo dos cosas seguras: ahí dentro va gente
con mucha ilusión. Otra, el viento en la
sierra es como un rumor de olas del mar; mueve las retamas, las palmas, las copas de los pinos…
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